28.9.16

Los cuentinos de Puche

Me ha encantado Fuerza menor, de Javier Puche (Málaga, 1974), publicado por La Isla de Siltolá en su colección Nouvelle. Con las debidas reticencias (era un escritor desconocido para mí, la narrativa breve...), me lo llevé a la piscina un mediodía de principios de septiembre y, una vez abierto, lo leí, sin agobios, del tirón. Por suerte, ya había remitido la ola de calor y en la tumbona, debajo de la sombrilla, se estaba a gusto. 
Al terminar, con una sonrisa en la boca, comprendí mejor que Bonilla lo haya miniprologado. No sé si es posible que los microcuentistas, Chesterton mediante, puedan ingresar al Reino de la Historia de la Literatura, pero este puñado de cuentos breves y microrrelatos bien merece pasar a la humilde historia personal de las lecturas que uno ha abordado, con mejor y peor fortuna, a lo largo de su vida.
La ironía y el humor alientan estas historias entre ácidas y divertidas donde se abre paso la inteligencia sin que por eso sintamos, al contrario, que hayan sido escritas por un listo, un ocurrente o un pedante. Lo trágico se alía en estos relatos con lo cómico, sí, y son el resultado de una sabia mezcla de vida y literatura, dos asuntos inseparables si quien escribe es, ante todo, un lector.
A la hora de expresar mis preferencias, podría citar casi todos los cuentinos. Me quedo con "Mantis", "Planeta Tierra, año 3012", "El pacto", "Error burocrático", "Movimientos migratorios", "Obstinación", "El esfuerzo", "Negligencia". Y con muchos de los que componen "Seísmos (Cuentos de seis palabras)", donde el chiste a veces aflora. En "Hombre-bala busca mujer-cañón" o "Entre caníbales, está prohibida la felación". "Ronronea el diccionario ante el poeta", dice otro. O: "Fantasea el inmortal con su autopsia". Termina muy bien: "Érase una vez un colorín colorado".
En el blog La nave de los locos, de Fernando Valls, encontrará el lector más seísmos.
Copio aquí, para terminar, una suerte de elocuente micropoética de Puche: "A veces la fuerza reside en lo pequeño, en la región más discreta y marginal del mundo sensible, alojada en ínfimas criaturas que apenas reclaman nuestra atención. No en Goliat, sino en David, cuya mano lanzó la piedra mínima que hizo caer al gigante. Tampoco en el acorazado Potemkin, sino en el imperceptible caracol que baja muy despacio por el tronco de un árbol en llamas. Frente al poder insolente de lo hercúleo, vibra la fuerza menor de lo humilde, que este libro exalta con levedad". Pues eso.