3.7.16

Castelo, un año

El que se cumple ahora de su muerte, que tuvo lugar en la primavera de 2015 en una clínica de Madrid, y por lo que el Centro Unesco Extremadura, del que fuera fundador y primer presidente, le homenajeó el pasado jueves en Cáceres, en un sencillo pero intenso y emotivo acto que se celebró en los jardines del Museo que lleva el nombre de la ciudad extremeña, ubicado en la Casa de las Veletas, en plena Parte Antigua. 
Aunque hacía calor, no tanto como el esperado. En todo caso, todos los presentes sabíamos que ese clima y esa luz, y en ese sitio, eran castelianos por excelencia y uno sólo echó de menos su abanico al lado, como en tantas situaciones parecidas que vivimos juntos. 
Tomó la palabra en primer lugar nuestro anfitrión, José Luis Bernal, que hilvanó un precioso y conmovedor discurso donde tan importante fue lo que dijo que cómo lo dijo. La filología manda. Le siguió un bonito bolero interpretado por Maribel Rodríguez Ponce e Isabel Ródenas, de Son de Rosel, acompañadas al piano por José Luis Porras. Siguió uno con un ajustado texto sobre su poesía y después sonó una espléndida habanera (por usar el adjetivo preferido de Castelo). Carmen Fernández-Daza nos acercó de nuevo al amigo, al periodista de ABC, al monárquico, al extremeño, al poeta... ¡Había tantos Castelos en Castelo! Tras otra canción, subió al atril la alcaldesa de Cáceres y luego el Presidente de la Junta que, por una vez y sin que sirva de precedente, no leyó, como casi todos los políticos, las palabras escritas por uno de sus asesores, sino que habló del Castelo que apreció, "un magnífico ejemplo de vida", más en estos tiempos. Siempre al servicio de su querida Extremadura, mandara quien mandase, preciso yo. La música portuguesa sirvió de colofón al homenaje y, como las piezas anteriores, nunca mejor traída: Castelo amaba, como cualquier extremeño sensato, a Portugal y a lo portugués, no en vano es autor de Monólogo de Lisboa
Entre el público, amigos, muchos amigos. Entre otros, y que me perdonen los olvidos, Teresa Clot y el bibliófilo Joaquín González Manzanares (hacedores del Fondo que da sentido a la Biblioteca Regional, a los que acompañaba la encantadora Teresa Morcillo), Miguel Ángel Lama, Juan Ricardo Montaña (elegante como siempre, y con pajarita), Carlos García Mera y su madre, Lucía (a quien por fin conozco), Chema Corrales (que había preparado un vídeo con imágenes de Castelo que al final no se pudo proyectar), Esperanza Díaz (¡cuántos años sin vernos!), Deli Cornejo y Jesús María Gómez y Flores, Eugenio Fuentes (que había acudido, según me dijo, porque no olvida quién le había abierto -como a tantos, añado- las puertas de ABC), Pilar Molinos (de La Cinoja de Fregenal de la Sierra), Chema Cumbreño (que me entregó un puñado de libros liliputienses, entre ellos uno de su autoría: Curso práctico de invisibilidad (Casi poesía 1998-2016), así como la segunda entrega de la revista Psicopompo), Esteban Cortijo (cada día más joven, como todos los jubilados de la enseñanza que conozco), Juan Ramón Santos y Antonio Reseco (en representación de la Asociación de Escritores Extremeños, un gesto que les honra) y políticos como Chano Fernández o el director general Pérez Urban. Y el pintor Luis Ledo, el editor Antonio Burillo, el historiador Pepe Hinojosa...
Me alegró estrechar la mano de José Javier Castaño, jefe de protocolo de la Junta y viejo conocido, al que dije que no dejaba de tener su gracia que nos viéramos en Cáceres y no en Plasencia, cuando hace unos días él y Vara habían estado en el colegio donde trabajo.
Dejo para el final el encuentro más especial de la noche: con Urbano Manuel Domínguez, íntimo amigo de José Miguel, el que recogió en Segovia el Premio 'Gil de Biedma' en su nombre, ya por desgracia póstumo; quien acaba de donar un pequeño busto de Castelo al Centro Unesco. Se acercó a mí y se presentó. No nos conocíamos personalmente. Sin testigos, me susurró apenas unas pocas palabras acerca de la opinión que tenía nuestro común amigo de mí; preciadas palabras que guardaré para siempre en mi memoria más íntima. Gracias.
Como el resto, la sensación era unánime, Yolanda y yo disfrutamos de la velada y, sobre todo, de la conversación, no digamos cuando ella descubrió en Teresa Clot a otra apasionada tangerina. Sólo faltaba, sí, Castelo. ¿O estuvo?