5.5.16

Posdatas

Álex Chico vuelve a sorprendernos con un libro tan curioso como atractivo que demuestra su astucia e inteligencia en materia literaria, así como su notable capacidad no tanto para saltarse los géneros cuanto para adaptarlos a su particular conveniencia. Cada vez más inclinado a la ficción, al juego, en Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas (La Isla de Siltolá) nos ofrece un abanico de fragmentos breves o sintéticos, con fundamento, que dan en anotaciones, reflexiones, pensamientos, aforismos, confesiones, llámense equis o, acaso mejor que nada, paradojas, pues que sobre esa figura filosófica -hechos o expresiones- pivota lo esencial de este libro que no deja de ser una poética. Por aquello de lo paradójico, llena de lógica. O un ejercicio metapoético incluso, si nos ponemos estupendos. Posdatas, en fin, de un tal E. P., escritor por más señas (de libros inexistentes: Cuaderno de apuntes, Ciudades inventadas, En préstamo, Libro de las habitaciones, etc.), entresacadas de su presunta correspondencia, por lo de seguir con lo cervantino, que para eso estamos de centenario. Ironía tampoco falta y, de resultas, lucidez. Como dijo Simic, la intención es lograr esa "piedra que flota".
Entre lo subrayado: "Yo no escribo. Yo releo". "La poesía sucede en un estado anterior a la escritura". "La escritura sólo consiste en eso: tener algo que decir y encontrar la mejor manera de hacerlo".
No siempre lo que se dice es nuevo, ni puede serlo a estas alturas del invento, pero, con todo, lo parece, que no es poco.
Estamos ante el libro de un orgulloso lector al estilo borgeano. De alguien a quien le apasiona la poesía: "quietud hacia adelante", como dice que dijo de ella Antonio Méndez Rubio.
Mucho espacio de este breve tratado le dedica Chico a la noción de lugar y a la ciudad como concepto. Léase "Ciudad del hombre: París", un homenaje a Julien Green que también lo es, sin remedio, a Fonollosa (¿o es a Gimferrer?). Esa obsesión, que, además, se ha convertido en un asunto capital de este siglo que empieza. Comparto, que diría uno en Facebook.
Al final, este libro, donde el editor ha adaptado el tamaño de la letra a su voluntad minimalista, podría definirse con unas pocas palabras tomadas de uno de sus momentos: "pequeño ejercicio de resistencia". Como escribe en las palabras preliminares, "Sé que el placer está en lo minúsculo, en lo imperceptible". Otra feliz paradoja.