26.5.16

La Bernad

Sí, digo "la Bernad", en tono cordial, porque esta poeta zaragozana tiene algo de diva, y no por su "fama superlativa" (qué necesidad) ni porque vaya de estrella por la vida, sino por ese aire de cantante de ópera o de jazz que uno le encuentra cuando ve alguna fotografía suya, siempre con un aire de misterio, como la que le hizo María Teresa Gómez Puertas y que ilustra una de las primeras páginas de su libro Perros de noviembre (La Isla de Siltolá). Es el cuarto de poesía que publica, tras El mar del otro lado, Nostalgia armada y Caricias perplejas, de 2009. Fiel a sus principios poéticos y vitales, que aquí son una y la misma cosa, Olga Bernad apuesta por la pasión. Desde el principio, a partir de una cita de Bukowski: "Encuentra lo que amas y deja que te mate". No podía haber elegido mejor. De eso va este intenso puñado de poemas donde el amor es absoluto protagonista. Dos versos certeros inician el discurso: "Todos los héroes eran hombres solos". "Todos los héroes eran hombres tristes". El primero y el último de "Todos los héroes". Y más adelante, en esa línea de aciertos: "Seguí pensando en ti tan en silencio / que a veces ni yo misma lo sabía". 
De entre los muchos símbolos, la noche. En "Esta noche", por ejemplo. Noche donde se abisman los sentimientos, siempre encontrados. Sí, hay algo de oscuro y hasta de maldito en este libro. De amor, ya se dijo, y de desamor. "Alejarse de alguien es como irse del mar / cuando acaba el verano", leemos. O: "Dejar de amar a alguien se parece / tanto a perder la fe". En el filo de la navaja: "asombrado / de que al amor le guste parecerse / un poco al fin del mundo". 
Otra fidelidad: el ritmo, que ella consigue, sobre todo, a base de endecasílabos, aunque en este libro uno aprecie un cambio en la música, menos clásico. Como noto una mayor complejidad en el planteamiento de la obra (entendida en su conjunto) y en la resolución lingüística de cada poema en particular. La sintaxis ha cambiado. Hay una mayor elaboración y abundan los sutiles juegos de palabras.
Poemas destinados a un tú cernudiano y a un yo autobiográfico, sin que por ello estemos ante una poesía confesional o intimista, en su más rancio sentido. 
Y un poema paradigmático y logrado: "La vida extrema": "Soñé que un animal me perseguía", un verso de once sílabas que me recuerda a otros de nuestro acervo literario, aunque en clave contemporánea. De Martínez Mesanza, pongo por caso.
En "Los perros y la nada" leemos: "La luna y yo, los perros y la nada, / y la vida cayendo / como una absurda lluvia incomprensible". "Conozco lo que amo", afirma. Y luego, en "No fear": "No he crecido en valor sino en misterio, / esa forma poética y absurda / de nombrar lo escondido / para calmar el mar de la impaciencia".
"Spira Mirabilis" es un poema largo donde Bernad demuestra de nuevo su solvencia. Como en "Maldito duende", "La tristeza de los apátridas" o "Escrito para amar". 
Como dijo Antón Castro (que acaba de publicar El musgo del bosque), "Olga Bernad posee una voz personal. Es minuciosa, tiene capacidad para crear imágenes vigorosas e inesperadas. Su poesía posee clima y tensión, ritmo y evocación, aspira a la belleza, incluso a la terrible, se atreve a abordar temas dolorosos o exultantes con libertad. Demuestra una convicción absoluta en la fuerza de las palabras. Cree en la vida extrema del lenguaje. Siempre está en el camino, aunque haya estado la tormenta. Y es ahí, en pleno tránsito, donde la sorprende la inspiración".