7.3.16

Pardo y Lamillar


Carlos Pardo
Pre-Textos, Valencia, 2015. 96 páginas. 16 €

Carlos Pardo (Madrid, 1975) es un joven poeta muy reconocido, autor de los libros de poemas El invernadero, Desvelo sin paisaje y Echado a perder, siempre avalados por premios. Obras luego reunidas en Hacer pie, un volumen publicado en Uruguay. Además, son suyas las novelas Vida de Pablo y El viaje a pie de Johann Sebastian, ambas en Periférica.
Tras ocho años sin libro de versos, ve ahora la luz Los allanadores. En la “Nota del autor” leemos: “He escrito este libro como si hubiera dejado de escribir poesía”. Y más adelante: “Quizá la poesía, aunque coquetee con la autobiografía (o precisamente por ello) es una nueva disciplina de la desposesión”. Sí, puede que haya mucho de renuncia en este libro. De despojamiento retórico, por ejemplo. Muy cercano a la prosa (léase “Una novela no escrita”), su ritmo es discontinuo, gracias, entre otras razones, a su sabio manejo del encabalgamiento; abrupto a veces, léase “Lejía” (“Pero yo sólo quiero las cosas que envejecen”). O por la sugerente concisión de “Sedentario”, “Minimalismo” o “Final”.
Poemas como “Basura” (“La basura se siente bien contigo. / Hazla metáfora.”) o “Pobreza” dan también pistas acerca de la poética que subyace aquí.
La ironía, como en cualquier poeta contemporáneo que se precie, es un tono; un elemento de abdicación también, como cuando califica a los poetas como “profesionales del lamento”, esos que “carecen / de mística: oímos la voz / no la palabra / (el cuerpo, / no el espíritu)”. “Teatraliza”, dice de uno. Gente preocupada por “la superstición de la palabra justa”.
La poesía, y no sólo los poetas, es también sujeto de reflexión. Ahí, vislumbra uno, Stevens.
Aunque lo autobiográfico esté, tampoco, salvo en determinados momentos (cuando habla de sus padres –en los emocionantes “El hombre indivisible” y “Árboles”- y de la familia), es explícito. Así, al habla del amor. En poemas logrados como en el citado “Lejía” o en “Aufklärung”.
Me agrada esa manera elíptica de nombrar la naturaleza y, digamos, lo rural, distinta de la tópica. También la sutil crítica política que desliza. Y esos extensos poemas finales (los de la serie “Los armónicos”; “Mis problemas con el judaísmo”, sobre todo) que vendrían a corroborar que la poesía es “Un milagro sencillo / cuando se dan las circunstancias, / que eran lo milagroso”. Y aquí, ya lo creo, se han dado. Álvaro Valverde


Juan Lamillar
Prensas Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2015. 72 páginas. 10 €

Después de los libros El fin de la magia (2008) y Entretiempo (2009), así como de la antología Música de cámara (2014), donde reunió poemas sobre la fotografía, Juan Lamillar (Sevilla, 1957) publica, en la bonita y modélica colección zaragozana que dirige el escritor Fernando Sanmartín, Las formas del regreso, obra que añade a su título las fechas (2005-2007), como queriendo dar a entender que se agrupan distintas series poéticas escritas a lo largo de esos años. Y así es. Siete en total componen la obra, que, con todo, no es extensa. Ni carece de unidad, a pesar de lo dicho. Al fin y al cabo, si algo tiene Lamillar es voz propia, distinguible de los ecos que pueblan el panorama. No, no hace falta ponderar la ya larga carrera literaria del sevillano, uno de los mejores poetas de su promoción, la Generación de los 80, según García Martín, o de la Democracia, que diría Prieto de Paula. Lo vuelve a demostrar aquí, y de la mejor manera.
En torno a luz “más física”, aunque en versos de inflexión metafísica (al modo de Brines, pongo por caso), giran los poemas de la primera parte (léase el logrado “Las manos tendidas”). “La vida es liberarse de las sombras”, nos dice. Nada extraño en un hombre del sur que nunca ha renunciado a la claridad (en más de un sentido) que en esos lugares resplandece.
A la música, una de sus obsesiones favoritas (tan cercana a su clásica manera de componer), la segunda. Allí alude a “la diosa solitaria / que entrega su consuelo / a todos los que habitan / la soledad del mundo”.
Piedras, “ofrendas antiguas”, vaticinios o exequias pueblan la tercera.
En “Cuerpo”, la cuarta, se impone el soneto erótico y amoroso, con ecos de Lope y Juan Ramón.
En la quinta, los protagonistas son Apeles, Montaigne (“Señor de la Montaña”), Shakespeare, Walser (personaje de un precioso poema: “Ante una foto de Robert Walser”), Miguel Ángel y Sánchez Cotán.
Estampas personales, donde mejor se aprecia el tono melancólico del conjunto (con una cesión al desenfado en “Playa nudista”) caracterizan la sexta y, por fin, el amor (y el tiempo) cierran este minucioso libro impecablemente escrito que el lector ha de degustar con el placer que sólo la lentitud y la serenidad proporcionan. Á. V.

Las reseñas de los libros de Lamillar y Pardo aparecieron publicadas en El Cultural el pasado viernes 4 de marzo.