5.11.15

La poesía de Cavafis

"En punto a clásicos, cuantas más traducciones de una obra mejor". Estas inteligentes palabras corresponden al editor Manuel Borrás y las recoge en el brevísimo epílogo de este libro Vicente Fernández González. Vienen a justificar la nueva salida a la escena poética de los versos de Constantino Petrou Cavafis (Alejandría, 1863-1933), quien, como precisa el citado especialista, se dio a conocer entre los lectores españoles allá por los sesenta del siglo pasado de la mano de dos del 27, Cernuda (al que había leído en inglés) y Aleixandre, algunos del 50: Ferrater y Valente (con E. Vidal) y, ya algo más tarde, por unos cuantos del 68: Álvarez, De Cañigral, Santana, Bádenas de la Peña e Irogoyen, entre ellos. Antes, ya le había traducido al catalán Carles Riba. 
Tras la versión métrica que prepararon para Visor (2003) Anna Pothitou y Rafael Herrera, llega ahora la del helenista Juan Manuel Macías, que se atreve con la Poesía Completa. Y ve la luz en Pre-Textos, una editorial a orillas del Mediterráneo donde, como quien dice, acaban de aparecer otras joyas de la poesía griega contemporánea: el Romiosyne de Ritsos y Cuatro estaciones de Madruvís (en edición de Fernández González también, y que ya espera encima de mi mesa). 
La obra de Cavafis es una preciosidad. En octavo, tapa dura, papel biblia, sobrecubierta (con una fotografía de un poeta maduro que impresiona), firma grabada del autor sobre la cubierta original... Al cuidado de Manuel Ramírez, da hasta pena abrirlo y no digamos subrayarlo, algo que me he impuesto no hacer, aunque sea con gran dolor de mi corazón.
El prólogo de Juan Manuel Macías no decepciona. Afirma el helenista que "la figura de Cavafis parece ya inamovible en el baluarte del canon" y que, ya se ve, es un "poeta destinado a ser inagotablemente traducido". En Internet, recuerda, ya está a la altura de Homero, Dante, Shakespeare o Cervantes.
Da cuenta de cómo empezó todo, en lo que a esa difusión se refiere. Con E. M. Foster, destinado en Alejandría, alla por 1917. En 1951 se publica la primera antología al inglés, 18 años después de su muerte. En 1961, llega otra, más esmerada, con prólogo de W. H. Auden.
En lo que a nosotros respecta, y ya fue mencionado, en 1959, Cernuda hace evidente «su rendida admiración por el poema cavafiano "El dios abandona a Antonio"».
En vida, ya se sabe, fue un "poeta secreto". Para él, "el parnaso de la poesía consistía, sobre todo, en un acto de intimidad". Igual que ahora, cabe ironizar. La del poeta, sí, "una labor marginal y excéntrica". Para un lector, que es todos los lectores.
Fue un poeta que continuó la tradición de sus gloriosos antepasados, incluidos los decadentes alejandrinos, "un poeta griego que escribió en griego" y "desde un inevitable presente".
Afirmó: "deseo mirar más que decir" y esa "voluntad pictórica" es evidente en su obra.
En sus poemas "siempre habla el ser humano, con una voz sin sordina y sin apuntador·, afirma Macías. Vivió a "las afueras". Con los personajes marginales que pueblan, más allá de los de carácter histórico, sus versos. "Tal vez -como indica el traductor- porque ser de Alejandría equivale a no ser de sitio alguno".
Macías rescata los 154 poemas del canon cavafiano (1935) y añade los 78 "ocultos" (1968) y los tres poemas en prosa. Deja fuera de su modélica edición los inconclusos. Están ordenados cronológicamente.
Deja claro que "ante la poesía, la lectura crítica más extrema es la traducción", no sin olvidar que "un poema es algo esencialmente intraducible". El traductor, así, un "hiperlector".
De la tarea llevada a cabo por Macías da sobrada cuenta el capítulo de "Notas", "una suerte de bitácora del traductor", que van aparte y aportan información e interpretación a raudales. Aquí se desborda la mera intención didáctica o filológica e interviene la lectura que del alejandrino hace el también poeta Juan Manuel Macías, un plus que se agradece. El fruto, cabe añadir, de años y años de frecuentación de estos poemas universales.
Vicente Fernández González, por su parte, además de lo ya dicho, recalca que Cavafis "no publicó nunca un libro completo", elogia la labor de Macías y resume en un solo párrafo, con la solvencia del helenista que es, amén de consumado lector del corpus cavafiano, la esencia de esta poesía que define como "alejada del lirismo, objetiva, fragmentaria, narrativa y prosaica, irónica, a veces dilemática, a veces paródica, compleja, dialógica y polifónica, casi novelesca".
¿Y los poemas?, se preguntará el lector. Pues son lo mejor del libro, claro, una afirmación que no desmentirían ni Macías ni Fernández. Doy por descontado el rigor filológico y la máxima fidelidad al original, hasta donde eso es posible al traducir. En castellano, desde luego, son poemas. A este humilde lector, contaminado por el menudeo de las versiones anteriores (desconozco, eso sí, la métrica de Visor), le han sonado a gloria, sobre todo, los títulos, digamos, emblemáticos, esos que hasta el desmemoriado que soy se sabe casi de memoria. Me refiero a "Murallas" (uno de los pocos poemas donde los cambios me han resultado significativos), "Un anciano" (sublime), "Las ventanas", "Voces", "La ciudad", "Ítaca", "El dios abandona a Antonio" (emocionante como pocos), "Recuerda, cuerpo", "Orofernes", Manuel Commeno", "Placer", "El plazo de Nerón", "En el puerto", "El sol de la tarde", "Para quedarse", "Artesanos de cráteras", "Por las tabernas", "En el mismo lugar", "Epitafio", "Lo imposible"... Entre los "Poemas ocultos", "Segunda Odisea" (de donde parte el célebre "Ítaca"), "Lo oculto", "Fugitivos", el curioso "Casa con jardín"...
"En medio de una guerra -figúrate: poesía griega", leemos, y el verso se puede trasladar a la actualidad para permitirnos decir: sí, qué suerte, en medio del dolor (por Grecia vienen los sirios, los que huyen de Siria, un nombre que tantas veces se repite a lo largo y ancho de estas páginas), el consuelo de la poesía.
"Arte de la Poesía, trae tus fármacos", dice en otro lugar, y se nos antoja también un verso perfecto para justificar la lectura de este libro en el que el placer -su búsqueda, su celebración: lo epicureo-, si bien teñido de melancolía, es una presencia constante.
Cavafis fue un griego que afirmó: "a más noble cualidad no aspira el ser humano". Aquí se aprecia. En su poesía se unen lo antiguo y lo moderno, la Grecia clásica y la helenística con la de su tiempo; un tiempo que ya es, para siempre, intempestivo, el nuestro.