27.11.15

El 2 de Años Diez

Dijo Bernardo Soares, una de las almas de Pessoa, que el entusiasmo era una ordinariez. Lo ha recordado hace poco, en otro contexto, Trapiello. Uno, de carácter melancólico, soso por naturaleza, no es muy dado a él; sin embargo, no puedo evitar traerlo hoy aquí tras la lectura, de cabo a rabo (con perdón), del número dos de la revista de poesía Años Diez, a la que en su día recibimos en este rincón con los brazos abiertos. Empieza con un poema de García Baena (no sé si inédito o recuperado), de actualidad por la antología de su obra que ha publicado la benemérita colección Letras Hispánicas de Cátedra en edición de mi paisano Felipe Muriel. Sigue con varios descubrimientos (no son los únicos, como se verá): del argentino Walter Cassara, del guionista italiano Cesare Zavattini (traducido, de poder a poder, por el gran Juanvi Piqueras) y del búlgaro Borís Jrístov (en impresionantes versiones de Bernier y Tabákova). Continúa con los poemas de las brasileñas Cecília Meireles y Adélia Prado (a las que traduce el implacable Martín López-Vega) y los de las españolas María Eloy-García y Erika Martínez. A esto habrá que añadir una reflexión sobre el oficio de traducir a cargo de Patricia Gonzalo de Jesús y un extenso ensayo del poeta Enrique Andrés Ruiz titulado "Una democracia perfecta" (su contenido daría para otra entrada).
Además, se recoge una estupenda entrevista de Max Porter a la inglesa Alice Oswald, sobre todo cuando explica su personal concepto de "poeta de la naturaleza", un sambenito que le acompaña a su pesar.
Con todo, más allá de la altísima calidad de lo ya mencionado, hechos y no razones acerca del ambicioso y loable proyecto de Juan Carlos Reche y Abraham Gragera que ampara la editorial granadina Cuadernos del Vigía; con todo, decía, es el amplio dossier dedicado al poeta nicaragüense, huidizo, reticente y baudeleriano, Carlos Martínez Rivas (1924-1998), "De ida y vuelta", lo que más me ha impactado de esta tercera, ejemplar entrega de Años Diez. Que lo había leído es evidente, como muchos de los que han frecuentado los versos en España durante estas últimas décadas. En mi caso, por antologías y poemas sueltos. (Alguien, por cierto, que vivió en Madrid, breves temporadas de los años cuarenta y setenta del pasado siglo.) A pesar de eso, cabe hablar de descubrimiento. Más que del poeta (se adelantan excelentes poemas del mítico e inédito Allegro irato), del diarista, del hombre que reflexiona, con una natural lucidez que sorprende, acerca de la poesía y de la vida; en su caso, como en el de tantos otros, una y la misma cosa. Al diarista, sí, pero también al dado a la solitariedad que escribe cartas (aquí se recupera su correspondencia con el gaditano Carlos Edmundo de Ory). Se incluyen tres entrevistas que son también una deliciosa fuente de palabras lúcidas y sensatas acerca de este insensato y oscuro arte, y de no pocas lecciones abreviadas.
Los textos van firmados por el citado Reche, el especialista en su obra Centeno-Gómez, García Gil, Blandón y Villena, responsable, que conste, del único libro de CMR publicado en España: La insurrección solitaria, el único que dio a la imprenta el de Nicaragüa en vida (aunque en esta edición vaya acompañado de otros poemas). El autor de Hymnica, llegó a tratar al dipsómano "Carlitos" en la noche madrileña de su juventud. Su semblanza da idea de la persona que fue el poeta que confesó: "El tono menor ha sido siempre una predilección mía". Quien aprendió de Baudelaire a comportarse literariamente, a "cómo escribir" y reconoció al jesuita Ángel Martínez Baigorri como su maestro. A Cheli Zárate le contó cosas que demuestran su agudeza en materia poética. Por destacar alguna de sus ideas, sacada de sus diarios (escritos entre América, Europa y Estados Unidos, en los lugares donde bebió y vivió), copio ésta: "No hay que hacer poemas con poesía. Hay que hacer poesía con poemas. (...) Pero no hacer poemas con un resultado anterior que ya es, a priori, poesía". Como Pablo Neruda, a quien detestaba. Buscó para expresarse "transparencia, consistencia y economía". Su poema "Los perdedores caen en la lona" empieza: "Ser el ganador es una vulgaridad". Y termina: "Si todos somos, nadie es más grande. / Si la victoria de uno es la derrota de otro, / toda victoria es, en algún lugar, / un fraude".