5.7.15

De vacaciones

Cartier-Bresson
Este blog se va de vacaciones. Hasta septiembre, como este maestro de escuela. Para que uno descanse y, sobre todo, para que lo hagan sus lectores. Ojalá volvamos a encontrarnos en este umbrío rincón al final del verano. Que todo vaya bien. Saludos.

4.7.15

Futuro

Por miedoso o tal vez por fatalista
has sido poco dado a los propósitos,
a imaginar el tiempo de mañana,
a hacer planes o a soñar despierto.

Lo dejaste bien claro en un poema
que fijaste al final en Territorio.
Tenías veintipocos y ya eras
acaso un melancólico incurable.

Pero el futuro es nunca, o fue sin darnos cuenta”
dice el verso que quiso anticiparse
a esta época ajena a la creencia
de que existe el futuro y el progreso.

Nota: Este poema aparece en el número 1 de la revista ibero-americana de cultura devir.

3.7.15

Knopfli

Ya sabíamos que la poesía portuguesa, larga en el tiempo, era una de las grandes tradiciones líricas del siglo XX, como la italiana, la griega o la española. Que, por eso, su canon es extenso y, como se deduce, en continuo movimiento. Ni siquiera un lector medianamente avisado (no del todo informado, como Martín López-Vega), que ha seguido pronto y de cerca (gracias, en principio, a mi viejo amigo Ángel Campos Pámpano) la poesía del país vecino, a la que venera, había reparado en uno de esos nombres perdidos u olvidados que merecerían estar entre los mejores, lo que en el caso luso, insisto, agrupa a muchos. Ese nombre, un tanto raro (en más de un sentido, como se verá) es el de Rui Knopfli, nacido en Inhambane, Mozambique, en 1932 (pero residente desde muy pequeño en Lourenço Marques, luego Maputo) y muerto en Lisboa, unos meses después de regresar de Londres, donde había vivido veinte años, en 1997. Sí, a veces la poesía portuguesa contemporánea podría compararse a ese baúl lleno de inéditos que dejó a su muerte el poeta nacional por excelencia, Fernando Pessoa. Un auténtico tesoro. De ahí parece haberlo sacado Luis María Marina, que culmina su etapa diplomática en Portugal por todo lo alto: además del libro que traemos aquí, las Tentaciones de Lisboa (Trea-Editora Regional de Extremadura), en torno al cuadro de El Bosco, que presentó en la capital acompañado, ahí es nada, de Eduardo Lourenço y Nuno Júdice, y unos diarios mexicanos (2008-2010) reunidos bajo el título El cuento de los días (Cexeci-Gobierno de Extremadura) que anda uno leyendo (donde se cita a Knopfli), por no hablar de otra antología reciente, la del portugués, cómo no, Ramos Rosa. Lo curioso es que hace nada presentábamos en este rincón la primera entrega de la poesía de otro recién llegado a España, Daniel Faria, que rescató para los lectores patrios lo mismo que había hecho con otro, digamos, desconocido: Alberto de Lacerda. Ahora, decíamos, reúne poemas de Rui Knopfli en un volumen titulado El país de los otros y lo publica la Editora Regional de Extremadura, loado sea, en la colección Poesía y dentro de la línea Letras Portuguesas que él mismo dirige.   
En el prólogo, impecable, Marina califica a Knopfli como "una de las voces más singulares de la poesía en lengua portuguesa del siglo XX". Paradójicamente, no quiere eso decir que su voz poética sea complicada o hermética, para pocos, sino todo lo contrario. Es singular por única o propia, no por rebuscada, oscura o pirotécnica. Al revés. Poco se presta al juego, ya sea verbal o interpretativo.
Le califica de poeta solitario, "siempre solo" y eso porque "habla con sus propias palabras" y ni se casa con nadie ni se calla. De ahí, deduce Marina, tal vez su olvido. Deliberado, injusto.
La suya es una poesía del "yo", subjetiva. Léase el estupendo "Ars poética 63", que empieza: "¿Cómo escribir versos?" Y de estirpe humanista. Y, por eso, en esencia, europea.
Su mundo se ubica, sobre todo, en Lourenço Marques (que es una y cualquiera, como "la aldea" de Caeiro, como todas), de donde en realidad era, donde pasó parte de su infancia ("Te amo, ciudad de la infancia"), su adolescencia y parte de su juventud; de donde fue expulsado en 1975 "por delito de opinión", como narra en su magnífico poema "Aeropuerto"; de donde saldría sin salir camino de la metrópolis, Lisboa, para pasar, casi de inmediato, a labores diplomáticas en la embajada de Portugal en Londres.
R. K. por João Francisco Vilhena
Como tantos poetas portugueses -parece un estigma- fue un exiliado en el pleno sentido del término. De hecho, todo poeta en rigor lo es, como explica con meridiana claridad Marina. "Patria es solo la lengua en que me digo", escribió, en el último verso de uno de sus grandes poemas: "Patria". 
Fue un lector insaciable y muy "anglo", algo normal si tenemos en cuenta que desde Pessoa (y luego Sena) la tradición lírica portuguesa entronca con la anglosajona. Y ahí, Eliot, una huella que cualquier lector atento percibe en los versos del mozambiqueño. Con la sutileza debida, claro.
Cuando uno empieza a leer esta antología, no deja de asombrase. Desde el primer poema, me atrevo a decir, y hasta el último. Hay hitos: "Retorno", "Nacionalidad" ("Europeo, me dicen"), "Carta a un amor" (excelente), "Pessoa revisited", "Hidrografía" (otro poema perfecto: "Bellos como los ríos son / los nombres de los ríos de la vieja Europa"), "À Paris" (un poema que dedicaría a Zoki: "Mi París es Johannesburgo", dice, y que está lleno de música de jazz), "¿Qué pasa, Rui?" ("¿Qué pasa Rui? No me digas / que vas ahora a emocionarte..."), "Posteridad" (bellísimo), "El viejo" (emocionante: "El viejo siempre ha vivido en mí"), "Herencia" (donde alude a los poetas de su estirpe), "Telegrama" (y la madre), "Autorretrato" ("De portugués tengo..." "De suizo tengo, herencia de mi bisabuelo, / un reloj de bolsillo antiguo y un vago, extraño nombre."), "Cántico negro" (cuyos primeros versos me recordaron a Gonzalo Hidalgo y donde leemos: "Estoy solo. / No parcialmente, sino rigurosamente / solo, anomalía desértica en pleno vergel" (...) "Prefiero las minorías. / De algunos. De pocos. De uno solo si hace / falta"), "Plaza Siete de Marzo" (el padre), "Proposición" (""Siglos de aprendizaje / me han enseñado una humildad serena. Al escribir, / me escribo, reconciliado con los agravios / soportado y las ofensas infligidas"), "Las imágenes rotas" (un poema tan extenso como intenso), "Memoria de Kish" (que le gustaría a mi amigo Néstor), "Inventario" (otro de los grandes), "Memoria consentida" (en plena depresión londinense), "Dana" ("aún resiste, en la memoria, una ciudad") y "Los orígenes" ("Me detengo ante el panteón familiar. / Vila Viçosa, Alentejo profundo. Al cabo, todo / empezó aquí". Y ahí acabó: es donde está enterrado. Por suerte, su poesía sigue viva. Casi recién nacida en español. Una suerte.

NOTA: Antes de esta antología sólo había otro libro de Knopfli publicado en España: La isla de Próspero, itinerario poético de la isla de Mozambique, Diputación provincial de Málaga, en traducción de María Joâo das Neves y Darío Suárez Serón.

2.7.15

Europa Direct Cáceres

Este es el prólogo del libro donde se recogen los relatos y fotografías ganadores de la edición de los Premios "Europa de Todos" 2014, organizados por la delegación cacereña de Europa Direct, dirigida por Rebeca Domínguez Cidoncha. A uno le tocó esa gustosa tarea en su condición de presidente del jurado. Una coincidencia de fechas y un viaje a Sevilla impidieron, como hubiera sido mi deseo, asistir al acto de presentación de la obra.

Vaya por delante que uno cree útil y necesario que cada año se convoque el Concurso de Relatos Breves “Europa de todos”, organizado por el Centro Europe Direct de Cáceres, institución vinculada al Ayuntamiento de la capital provincial. Y ello, sobre todo, porque en tiempos de crisis, poco dados a la convocatoria de ayudas públicas, fomenta la creación literaria y apoya a quienes escriben, protagonistas silenciosos de una tarea solitaria no siempre reconocida, puertas afuera, como es debido. Además, el premio, que va por su octava edición, impulsa el europeísmo, otro bien imprescindible para cualquier demócrata español que se precie. Así, el tema de las narraciones, según rezaba en las bases, había de tener “una vinculación o relación con Europa, como pretexto, como argumento, circunstancias o escenario”. El pasado año, que continuó siendo “Año Europeo de los Ciudadanos”, se sugirieron, teniendo en cuenta los temas clave o prioridades de comunicación de la Comisión Europea, Los jóvenes europeos, La Unión económica y monetaria, El Mercado Único, el Crecimiento Inteligente Sostenible e Integrador y, en fin, Europa como actor global. 
No lo tuvo sencillo el jurado a la hora de decidir, de entre los muchos trabajos presentados, cuáles serían los relatos ganadores. Tras una intensa reunión celebrada en el Palacio de la Isla, el mencionado tribunal resolvió a favor de cuatro cuentos; un primer premio, un segundo premio y un tercer premio concedido ex aequo. Siguiendo ese orden, “Piccolo mondo”, de José Ángel Corrales Suárez, natural de Bertamirans (La Coruña), que se abre con una hermosa cita de la poeta polaca Wisława Szymborska, nos acerca a la Europa de la emigración. De un español (gallego, por más señas) en Hamburgo donde trabaja en un restaurante italiano, el del título, del que es dueño, sin embargo, un inmigrante turco. Y como siempre que se habla de este asunto, no faltan alusiones a la amistad y, cómo no, al regreso, tantas veces imposible, todo ello en el marco de un país central en Europa y de una ciudad que acaba convirtiéndose en una verdadera patria. 
"Pueblesía", de Manuel Iván Pérez Fernández, canario de San Cristóbal de la Laguna (Santa Cruz de Tenerife), nos habla de alguien que sale de su lugar natal, del pequeño pueblo, y gracias a las becas (cómo olvidar las benditas Erasmus, de marcado carácter europeísta) consigue aquello que un día soñó, en este caso, de la mano de la literatura, de la poesía, y además en París (en estas fechas, capital del dolor) y a lo grande. Aborda, de paso, temas tan actuales como la homosexualidad, y su respeto, y la violencia, y su indeseable manifestación en nuestras sociedades complejas.
"La tregua de Navidad", de Jesús Pérez García (Espinardo, Murcia), nos devuelve a una historia conocida, pero no por eso menos digna de ser recordada. En el primer centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial, una fecha muy oportuna, se evoca el aplazamiento del combate entre ejércitos con motivo de las fiestas navideñas. Por encima de las diferencias, los soldados salen de sus respectivas trincheras y brindan a favor de los buenos sentimientos y de la paz. A favor de los valores humanistas que son los que deberían primar más allá de las diferencias ideológicas y políticas. 
"El tren de Sebastopol", por fin, de la cacereña María Montaña Campón Pérez, nos cuenta dos historias cruzadas, también con la guerra al fondo. En este caso la de Ucrania. De la guerra y, añado, de la enfermedad. Enfrente, el viaje de placer, la aventura de viajar, lo exótico y lejano, como la ciudad del título: Sebastopol. Personajes diversos que, en la mejor tradición de la narrativa rusa, se encuentran en una encrucijada apasionante.
Como no es cuestión de desentrañar los argumentos ni de anticipar tramas o finales, dejo aquí estos concisos comentarios sobre los relatos para que sea el lector el que dé buena cuenta de los mismos y disfrute de su lectura debidamente. No creo que le decepcionen. Dan fe, en todo caso, de la riqueza humana, literaria y moral de ese bonito sueño, siempre bajo amenaza, llamado Europa. Que dure. 

1.7.15

Puigverd

Marc Martí
Debo a Sergio Vila-Sanjuán la gratísima lectura de La ventana discreta. Cuaderno de la rueda del tiempo, de Antoni Puigverd (La Bisbal del Ampurdán, 1954), un fenomenal dietario que publica Libros de Vanguardia, la editorial del periódico barcelonés donde ambos trabajan. Voluminoso, más de cuatrocientas páginas, Puigverd nos informa de que “muchos de los textos de este libro son originales, aunque otros provienen de mis artículos. Purgados, ciertamente, de su contingencia periodística. Recortados, reescritos, restaurados. Purgados de toda alusión a los calendarios originales. Reelaborados pensando en la coherencia, aunque fragmentaria, del conjunto. Fusionando artículos viejos, notas de dietarios, fragmentos de libros que no terminé y recortes de cuadernos abandonados he intentado elaborar un círculo anual que resume una época: la que me ha tocado en suerte". La nuestra, cabe añadir, porque de una manera u otra todos la vivimos. O la sufrimos. Por razones de edad, unos más que otros. Cinco años separan nuestra respectivas fechas de nacimiento, de ahí que su mundo (eso es lo que se refleja aquí) y el de uno coincidan bastante. Es verdad que una infancia rural no es la misma que una urbana en una pequeña ciudad de provincias. Aquella es más rica y sus enseñanzas, sobre todo en lo que a la naturaleza se refiere (pájaros, árboles...), enriquecen notablemente la vida de quien tuvo la suerte de disfrutarla. Digo infancia y añado de inmediato familia. La de Puigverd tiene su centro, algo muy propio en un escritor que es además poeta, en la abuela Remei (con la guerra al fondo), una persona fundamental alrededor de la que giran no pocos asuntos relatados y, más allá, determinante en la forma de ser del autor. Y, cómo no, los padres, algún tío, la hija, Aloma, a quien se dedica el libro. Y de la familia a la comida hay un paso. Las celebraciones familiares (pongamos las Navidades) en su tierra, en la nuestra, van indisolublemente unidas a la gastronomía, que es otro de los grandes temas de esta ventana. Vinos, panes, setas, aceites, alcachofas, azufaifos... Y los guisos de la abuela. Y la crítica acerca del predominio de la pedantería y del esnobismo, de las "modas histéricas", en todo lo que respecta a ese magro negocio dominado por los cocineros de las estrellas, aunque algunos le resulten a Puigverd muy cercanos, como sus paisanos, los hermanos Roca o incluso el pope Ferrán Adrià. Al mencionar la palabra "crítica" convendría precisar que la mirada de Puigverd lo es, propia de un moralista (en el mejor sentido), de alguien que tiene como modelo a Montaigne (del que alaba su definitiva aportación a la "libertad de pensamiento" y del que cita el escéptico lema de su torre: "Que sais-je?"), Spinoza (entre el miedo y la esperanza), Schopenhauer o Leopardi. Lo suyo es la ponderación, el seny. Con todo, el ejemplo, algo normal en un ampurdanés que recoge en un diario lo sucedido a lo largo de un año, mes a mes, es Josep Pla. Como él, mediadas todas las distancias, estamos ante las líneas de un agudo observador que pasea por los alrededores de una capital provinciana, la hermosa, judía y monumental Gerona (donde reside, ejerció la profesión de profesor de instituto y a la que, por cierto, dedica palabras muy duras, en tanto que aparente escenario rehabilitado cercano al cartón piedra), sensible y culto (la literatura, el arte, la música) que con discreción, sin prisa, describe cuanto ve y, lo que importa tanto o más, cuanto siente o piensa, pues que trata de interpretar lo que sucede. A uno mismo, sobre todo. Sí, este hombre da que pensar. Desde esa lucidez periférica que da vivir en provincias. Por eso estas páginas están trufadas de aforismos ("en la velocidad del tiempo se nota el paso del tiempo", "al placer y a la sensualidad se llega fundamentalmente por los caminos esenciales, que son siempre sobrios", "la memoria de las mujeres es la banca de los recuerdos", "la nostalgia es un vicio barato", "de todos los males corrientes, el más doloroso procede el amor"...) En estas palabras: "Nada hay más arduo que la sencillez (y nada más fácil que la complicación)", encuentra uno el sentido a este noble empeño. Ese es el tono, diría. A eso habría que añadir, amén de lo ya comentado, una visión mediterránea de la vida ("La imagen mediterránea más pura no es el azul del mar, sino el amarillo de los rastrojos"), con un adjetivo más: ampurdanesa. Ese, el del Empordá, es el paisaje y el paisanaje, la razón de ser de Puigverd, la nota de belleza que perdura. No es extraño que a lo largo del libro, Puigverd se muestre conservador en cierto sentido, melancólico por lo que se fue, por lo que se pierde o se perdió ya sin remedio, por culpa del "malestar del presente", en plena "sociedad del cansancio", en esta "civilización, fundada por Walt Disney". Pero que nadie se equivoque, Puigverd fue fundador del PSC (junto, a Raimon Obiols y José Ignacio Urenda, a los que dedica palabras memorables) y su manera de ser y de pensar no es ni con mucho reaccionaria. Ni de lejos. Cristiana de raíz (o eso creo, no en vano estuvo de pequeño en la Escolanía de Montserrat), se funda en la racionalidad ilustrada, por fallida que ahora nos parezca, y la fraternidad, lo que se comprueba, pongo por caso, en sus opiniones y retratos de inmigrantes a los que se encuentra en el camino. Camino que en un momento dado añade "del espíritu". Digamos que Puigverd es, en suma, un humanista. Consuelo o piedad son términos que brotan, con naturalidad, de esta lectura. Y hasta resignación, por peligroso que parezca.
De los dos tipos de turistas que podría haber, los que cambian constantemente de destino y lo que, vayan donde vayan, siempre acaban en el mismo sitio, él se sitúa entre los segundos. Sus merodeos evitan lo exótico: viaja a Roma (ciudad en la que trabajó), se acerca a París, Soria, La Mancha (por cervantino) o Barcelona, pero en realidad recorre una y otra vez el mismo laberinto que conforman las comarcas de su infancia y de su país, que en ocasiones es también francés. Nombra, por ejemplo, La Bisbal, Camprodon, Calella, Platja d'Aro... También Poblet y Ciutadella, ya en su amada Menorca, un poco más lejos. Es, debemos señalarlo, un viajero en tren, lo que da también la medida del hombre.
Un paseante, ya se dijo, solitario (con Vinyoli podría decir: "Sóc home sol"), por escondidas sendas, enemigo, eso sí, de "la ración vespertina del deporte", de "los penitentes del colesterol" y de los gimnasios. Y, como cualquier lletraferit, un hipocondríaco, a cuenta de la muerte, esa anomalía tan presente en la obra de Puigverd: la familia, los amigos... Los muertos, sí, que no se van, los de la cita de Joyce que abre el volumen, perteneciente al cuento del mismo título que el irlandés incluyó en Dublineses (del que John Houston sacó una espléndida película) y que en las páginas finales de la obra resume y glosa a la perfección.
A los libros (para él Sant Jordi es "el escudero del mercado"), a los escritores (de Fuster -el "Montaigne de Sueca"- a Kafka, de Carner a Riba -por sus Elegies de Bierville "sigo fiel a la patria de mi lengua"- de Ausiàs Marc a Espriu, Mandelstam, Primo Levi y Bassani) y a la poesía (apenas a la suya, que uno, por desgracia, desconoce) dedica también párrafos interesantes, tan lúcidos y afilados como al resto de asuntos de los que trata. Entre estas líneas, añado, poesía no falta y dudo que pudieran haber sido escritas por alguien sin alma poética. Como en el epígrafe de Séneca que abre las citadas Elegías de Riba: "Carmina invenient iter". Los versos encontrarán el camino. Y así es.
A pesar de que se califica autor de "novelas fallidas", La ventana discreta encierra narraciones de fuste y, como cualquier cuentista que se precie, logra mantener la atención del lector en todo momento. "Recuerdos del gran verano perdido" es un breve libro dentro del libro, una de esas obras inconclusas a las que más arriba se refirió. La luz, el verano, las comidas familiares en las masías y las conversaciones posteriores están en el corazón de ese mundo confidencial e íntimo que ha sabido mostrarnos el sobrio Puigverd con una honestidad llamativa. "Un escritor honesto" se titula precisamente uno de los fragmentos, dedicado al escritor Miquel Pairolí. A propósito de sus dietarios,, y a modo de elogio, leemos que "son el testimonio de la construcción de un carácter". Esa es la clave. Eso es lo que ha hecho Puigverd con el suyo, que se cierra con "Tramontana", un precioso autorretrato. "Todo de lo llevará la fría tramontana", escribe, pero "todo empezará de nuevo, sin embargo, cuando llegue la alborada y..."