29.6.15

La mesa italiana de Jiménez

Del poeta Víctor Jiménez (Sevilla, 1957) comentamos aquí dos libros: Al pie de la letra, que publicó La Isla de Siltolá, y la antología El tiempo entre los labios, que apareció en Renacimiento, en la colección Calle del Aire, como éste, recién llegado, La mesa italiana que, como explica Juan Lamillar en su estupendo prólogo, nada tiene que ver con la gastronomía, sino con la lectura conjunta con todo el reparto de un guión del tipo que sea: de teatro, de cine... Menciono la palabra "cine" y señalo otra característica del libro: todos los poemas son, a su vez, títulos de películas, pero sólo eso, porque los versos no evocan esos filmes o, si acaso, de forma tangencial o irónica. 
Lamillar alude a "un itinerario, un documental poético, que parte de un tiempo, la infancia, y de un lugar, un barrio sevillano" para referirse a esta obra. Precisa después la importancia del tren en la vida y en el libro de Jiménez (y presente en varios poemas) y, por fin, citando a Paz ("Los otros todos que nosotros somos") a ese momento -"llamémosle madurez"- "en el que todos los actores que forman nuestro yo se preparan para escuchar el guión de nuestra vida mirando expectantes al director a ver cómo va a repartir los papeles de la película". Y en eso estamos. Y de eso se ocupa Jiménez, que despliega, con gran rigor técnico, variedad de registros estróficos y métricos (sonetos ante todo), y no sin un toque de sureño clasicismo, momentos de su biografía fijados a fuego por unos versos serenos pero apasionados, "algunas palabras verdaderas". No es poco.
Aunque el soneto a uno le guste, en lo contemporáneo, sólo lo justo, reconozco que los de Jiménez me suenan muy bien. La poesía se impone a la forma y la frescura a la manera.
La infancia, el amor (correspondido o no), los trenes (y una concreta estación de juegos infantiles), la muerte (del padre, por ejemplo, o a la de Rafael de Cózar), los libros y la literatura, el paso del tiempo, los sueños y esperanzas (conseguidos o no) van aportando los asuntos de este libro con versos melancólicos que se abren paso entre la incertidumbre y la seguridad, lo soñado y lo vivido, los recuerdos y el inevitable olvido.
El poema final, "Pregúntale al viento", abrocha perfectamente el volumen. Se trata de dar respuesta a la pregunta de un amigo (que, como sugiere Lamillar, puede ser también el lector): "¿de quién es la voz protagonista?"
Lo mejor, para hallar una posible respuesta y para disfrutar como es debido de la obra, es leer La mesa italiana, una grata conversación en la que uno se ha sentido del todo concernido.