14.5.15

Vida social (IV)

El calor que hacía en Salamanca el pasado domingo no era normal. No allí y a principios de mayo. Será que uno, ay, tiene idealizada esa ciudad, como suele decirme Isabel Sánchez, y descarta cualquier posible exceso, en uno u otro sentido. Ya que la menciono, empezaré por afirmar que desde el primer momento tuve claro que ella era la presentadora ideal de Tánger en la Feria del Libro de la ciudad castellana, y así fue, no sin antes aceptar su consejo e invitar a Antonio Colinas a hacer los honores, cosa que a la postre le resultó imposible debido a compromisos adquiridos previamente. Se ve que estaba de pasar y pasó. Y me alegro, porque sus palabras fueron hondas e intensas, como ella misma, que todavía no sé si es más bibliotecaria que lectora o más lectora que bibliotecaria. Estuvimos a gusto, sin duda, y la conversación posterior a su introducción -una lectura en primera persona del libro, como uno prefiere a estas alturas- fluyó como lo hace cuanto se comenta con personas que te conocen y aprecian. Sólo falló un detalle: extremeños los dos, del norte y del sur, no quisimos la compañía del aire acondicionado y a mitad de sesión uno ya no sabía si estaba en la sauna o en la caseta ferial. Por eso al salir, tras responder algunas preguntas y escuchar los emocionante testimonios de viajeros por Tánger y personas que han residido allí, las cañas de cervezas nos supieron a gloria. A la puerta, por cierto, esperaba el poeta mexicano Luis Arturo Guichard que me presentó al poeta chileno Cristián Gómez Olivares, dos hispanoamericanos en el extranjero, como es habitual. Profesores universitarios ambos; el primero en Salamanca y el segundo en Cleveland. Se unieron al grupo de sudorosos y sedientos algunos miembros del club de lectura de la Torrente Ballester, incondicionales en estos actos y a los que uno agradece siempre sus ánimos y su presencia, así como el abogado Felipe Crespo, paisano (su padre fue mi médico del Seguro cuando era chico), y su mujer. Colmada la sed, varios lectores abandonaron el barco y nos quedamos a la deriva, en una terraza de una calle lateral de la Rúa cuyo nombre ahora no recuerdo, Isabel, los poetas de América, la pareja Crespo y Marisa MarZo (Marisa y punto), cantante, amiga y compañera de teatro de nuestra anfitriona. Así, tapas, cervezas y cafés (en otra terraza, frente a Traducción e Interpretación) mediante, hasta las seis más o menos que fue cuando uno emprendió el inevitable regreso a casa. Mientras conducía, le daba vueltas a las conversaciones mantenidas e intentaba procesar toda la información escuchada. Fue mucha y de calidad. Mis interlocutores fueron de lujo. Como dice Gonzalo, llevo una intensa vida social. Y más que la llevaría, por seguir con su coña, si no tuviera que escribir en el blog y, por ello, leer antes tantos libros. Bromas aparte, bien está salir de la rutina y de las murallas de esta ciudad de vez en cuando. Como diría el arquitecto Vicente Paredes, por razones de higiene.