9.2.15

Despedida

Así podría haberse titulado Descendencia, libro póstumo de la mexicana Dulce María González (Monterrey, 1958-2014). Cuando comenté aquí su obra anterior, Lo perdido, publicada también por Vaso Roto, recuerdo que el editor, Jordi Doce, me comentó que no estaba seguro de que ella llegara a leerlo ya que se encontraba gravemente enferma. En efecto, aunque tuvo el libro impreso en las manos, no tardó en fallecer. Esta circunstancia, qué duda cabe, hace que uno haya leído este puñado de poemas, dieciséis en total, con un nudo en la garganta. De por sí emocionantes, ganan en intensidad cuando somos sabedores de en qué límite fueron escritos. 
Un prólogo de Clara Janés abre un volumen que se cierra con un epílogo, menos poético, más apegado a la vida y a la obra de la autora, firmado por Luis Aguilar en el que se alude a su "voz clara", su relación indisoluble con Lo perdido, su condición luminosa y a que, sin "aspavientos ni dramas", González logra arrancarle un libro a la muerte que "nace del dolor pero se mueve hacia la dicha". 
Tiene razón Janés, "Nos hallamos claramente en el dominio del amor". La cocina familiar, el vino, los amigos, el hogar... Con un pie en otra parte, evoca viajes: a Grecia. a Venecia. Y vuelve a la infancia (el jardín, el abuelo). Y sólo una vez escribe sobre su enfermedad de forma explícita: "En la sesión de quimioterapia se apareció la Virgen...", uno de los poemas más duros, pero luminoso, del conjunto. 
Es conmovedor asistir a ese momento en el que, a un tiempo, se cierran escritura y vida, dos caras de la misma moneda. No todos llegan a hacer coincidir el definitivo final de ambas pasiones. 
Los dibujos de Víctor Ramírez ilustran esta apuesta decidida por la pedurable belleza. La descendencia que se deposita en el pequeño Fernán, tras sacrificarlo todo en pos de la verdad. 
Será difícil olvidar a Dulce María González. Por libros así.