22.11.14

Cernuda, siempre

El 29 y 30 de abril del año pasado se celebraron en Cáceres, auspiciadas por distintas instancias de la Universidad de Extremadura y por la Fundación Gerardo Diego, unas jornadas sobre Luis Cernuda que coordinaron dos jóvenes escritores y estudiosos y extremeños: José Antonio Llera (Complutense de Madrid) y Mario Martín Gijón (de la ya citada de Extremadura).
Se publica ahora en Ediciones Xorki Luis Cernuda. Perspectivas europeas del exilio, donde se reúne el contenido de las diferentes ponencias. El resultado es digno de ser comentado. 
Confieso de antemano que no oculto mi antigua devoción por Cernuda, por el poeta y por el hombre, de ahí que me haya interesado especialmente cuanto de nuevo o no se dice en esas páginas sobre la poesía del autor de La realidad y el deseo.
Dividido en distintos apartados que obvio señalar, el profesor J. R. López García (de la Autónoma de Barcelona) abre fuego situando al poeta sevillano en historiografía literaria española. Le siguen un abigarrado recuento, tan particular como todo lo suyo, de R. Morales Barba (Autónoma de Madrid) acerca de la influencia de Cernuda en la poesía de la segunda mitad del XX (una tarea ímproba) y otra trabajo sobre la recepción de su obra en Italia, a cargo de V. Nardoni (Módena y Reggio Emilia).
Se centran en el Romanticismo, inseparable del mundo cernudiano, las tres siguientes ponencias: de M. Lecointre, S. Salaün (docentes ambos de París III-Sorbonne Nouvelle) y G. M. Scheneider (de la de Zúrich).
Martín Gijón analiza los poemas en prosa de un libro capital: Ocnos; en lo que allí hay de mito y biografía.
B. Sicot aborda un apasionante asedio sobre el tema de jardín cernudiano, en especial el de Borda, en Cuernavaca (México).
Torres Nebrera, burlas del destino, pone frente al mito del resucitado a Cernuda y Guillén. Lo digo porque falleció antes de que se publicaran estas actas. En un gesto que les honra, los coordinadores -discípulos suyos- le dedican el volumen.
Al albatros alude L. Vicente de Aguinaga (Guadalajara, México), en Cernuda, sí, pero también en Baudelaire y Brodsky.
J. A. Llera le pone frente al tedio y aborda, en clave comparatista y metapoética, una interpretación, magníficamente escrita, de su poema "Estoy cansado".
Eduardo Moga (el único ponente ajeno a la docencia universitaria) pone en relación a Cernuda con el recientemente fallecido Manuel Álvarez Ortega y, de paso, reivindica la línea menos frecuentada en lo que a la influencia del poeta del 27 se refiere, la más alejada de Gil de Biedma y la poesía de la experiencia.
J. Palomares hace bien en acercarse a lo que hay de Fray Luis de León en el autor de Desolación de la quimera. Con él "comparte los ideales estéticos de claridad, armonía, elegancia, orden y equilibrio, la busca de la paz, el afán de trascendencia y el anhelo de lo absoluto". O de "cadencia, sugerencia, claridad y firmeza".
J. Valender, uno de los grandes especialistas en su obra, no defrauda y nos informa, entre otras cosas, de la importancia que tuvo en su vida entablar amistad con Stanley Richardson, poeta inglés prematuramente muerto en Londres durante un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial, al que había conocido en Madrid en 1935, quien le inicia en un conocimiento capital: el de la poesía inglesa y, por añadidura, le salva de la Guerra Civil al proporcionarle trabajo en su país natal.
D. Casimiro (París III-Sorbonne Nouvelle) alude, al hablar de la voz poemática cernudiana, a "las cuitas de un ser alterado", a su "soledad de tinta".
V. Pineda (Extremadura) lo sitúa en la poesía de la meditación, que "remite en parte a la composición de lugar y en general a los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola", a partir del extraordinario poema "Retrato de poeta" (dedicado a Ramón Gaya), esto es, desde el cuadro de Goya donde aparece Fray Hortensio Félix Paravicino que Cernuda vio en el Museo de Bellas Artes de Boston.
En el apartado correspondiente al exilio, A. Rivero Machina (Extremadura) desbroza la correspondencia del poeta con José Luis Cano; N. Rodríguez Lázaro (Burdeos) se centra en lo religioso y el Dios cristiano en su obra; y G. Tosolini (Udine) analiza la elegía cernudiana y, más en concreto, la "Elegía española", cuya primera parte escribió en Valencia en el 37 y la segunda en Londres un año más tarde.
De "Noche del hombre y su demonio" se ocupa D. Cuvardic García (Costa Rica), en la tradición del diálogo dramático occidental.
G. Insausti (Navarra), por otro lado, plantea una interesante ponencia a partir de los poemas dedicados de Cernuda: a Lorca, Góngora, Gide, Verlaine y Rimbaud, Larra y JRJ. Al fondo, algo que los une a todos: "una vivencia heroica de su condición de escritores", la escritura como "proceso de autoconstrucción del sujeto", todo sin perder de vista el asunto de "su posteridad".
Pone el broche final R. Pérez Parejo (Extremadura) al hilo de un tema que conoce muy bien: el monólogo dramático, que Cernuda toma de la poesía inglesa.
Como se ve, no faltan razones para que el lector vuelva sobre una de las obras más ricas, vigorosas y particulares del panorama poético español. A la poesía de un clásico, sí, que, por suerte, está más vivo que nunca.