19.10.14

Veyrat

El pasado verano tuve la suerte de coincidir, muchos años después, con Miguel Veyrat. Fue en Conil. Allí pasa uno la primera quincena de agosto desde hace tiempo y en ese pueblo gaditano tiene casa el periodista y poeta valenciano que ahora reside en Sevilla. Quedamos, tomamos té y café en un bar de la Fuente del Gallo, evocamos nuestro primer encuentro (en un homenaje a nuestro común amigo José Antonio Gabriel y Galán celebrado en Plasencia, aunque para entonces uno le tuviera bien visto gracias a sus tareas de corresponsal de TVE) y charlamos largo y tendido sobre diversos asuntos, de los más generales a los más particulares. Sobre todo, escuché. En un momento dado, me entregó algunos libros, entre ellos, Pasaje de la noche, el último, que ha publicado Barataria con prólogo de Jacobo Muñoz. 
Me da que a pesar de sus numerosas obras publicadas y de la antología La puerta mágica (Antología, 2001-2011), editada por Ángel L. Prieto de Paula (Libros del Aire, 2011), la poesía de Veyrat (Valencia, 1938) es poco conocida. Una situación que a uno se le antoja injusta.
Antes de decir algo sobre el libro en cuestión, permítanme un pequeño rodeo. El chalé donde pasa el poeta los veranos está casi colgado de los acantilados que unen la mencionada playa conileña con la popular de La Fontanilla. En el "Finale" de este libro podemos leer: "Apoyado su autor en los cantiles que se despeñan sobre el mar de Trafalgar". Enfrente, el océano, entre el cabo que da nombre a la famosa batalla, situado a la izquierda, y el de Roche, a la derecha; un escenario histórico, sin duda. La vista es fantástica. Más en un día claro y sin levante.
La mesa donde escribe está situada el medio de esa panorámica y lo que a uno le cuesta creer es que al sentarse ahí se pueda hacer otra cosa que no sea mirar y contemplar, en especial los lentos atardeceres. O, más allá, aun suponiendo que alguien pueda ponerse a escribir, que el resultado no sea acorde a esa serenidad y a esa luz. Y no. Los poemas de Veyrat, que son nocturnos y misteriosos, desmienten esa sensación.
Muñoz, en su introducción (que titula, con acierto, "Un poeta solitario"), es muy preciso. Dice que Veyrat es "un poeta del tiempo" y más adelante alude a una poesía que es,"por encima de todo", machadiana "palabra en el tiempo". Luego, ya metido en materia, añade: "El lenguaje, tan importante en la autoconsciencia y en la propia práctica poéticas de Miguel Veyrat, no es para él, sin embargo, un fin en sí mismo. Ni en su poesía la palabra certera se sosiega nunca en sí misma: aspira siempre a llegar al lugar de afuera y provocar el resplandor. A diferencia, pues de un Foucault, por ejemplo, para quien en la mejor tradición saussuriana lenguaje «dice» siempre lenguaje, nuestro poeta sabe que «solo la voz del poeta continúa el trabajo –de construir la realidad tras la huida– de los dioses»".
Cita más tarde a dos maestros: Kafka y Celan. Uno se atrevería a añadir el nombre de Valente. Esto da a entender de qué poética estamos hablando.
En realidad el libro consta de diez poemas extensos divididos en fragmentos sin título pero con vida propia y autonomía en sí mismos. Poemas escritos en prosa o en verso, con tendencia al versículo y a lo discursivo.
El pensamiento prima. Y las ideas: el vacío, la ausencia, la muerte, el suicidio, el dolor, el olvido, etc. El lenguaje, sometido a una tensión elocuente, se adapta a ese decir fraccionado que surge, con frecuencia, en medio de referencias a mitos y dioses.
"Vivo afuera de la polis y / de lo escrito / de la piedra sobre piedra", escribe, y más adelante pone en boca de alguien: "Soy un extraterritorial". Las voces (voz segmentada) que componen este canto hablan desde la desolación. Sin concesiones, con la lucidez precisa, se enfrentan a una realidad escrutable, pero terrible. Esta sería, en ese sentido, una poesía trágica. Y doliente. Acaso de las postrimerías.
Así y todo, con una potente carga vital, literaria y cultural (basta con echar un vistazo a sus "Notas prescindibles"), los metafísicos versos de Veyrat se abren paso en medio de la noche y desde su fondo más hondo y oscuro logran transmitirnos una suerte de luz.