15.10.14

Versos franciscanos

Francisco. Canto de una criatura, es el cuarto libro de Alda Merini (Milán, 1931-2009) que publica Vaso Roto. Lleva un prólogo de Gianfranco Ravasi y la traductora es Jeannette L. Clariond, directora de la editorial hispanomexicana, quien ya abordó la traducción de los tres anteriores.
Al leerlo ha refrescado uno su antigua estima por san Francisco de Asís, protagonista de este cántico, por sus enseñanzas (que con tanta ejemplaridad me transmitió el padre Manolo Tercero). Tampoco he olvidado a amigos poetas con los que comparto esa inclinación: Basilio Sánchez, José Luis Bernal, José Manuel Díez... O Aparicio y Praena, en cuyos poemas he encontrado recientes referencias franciscanas. Ni mi breve estancia en el conventino de El Palancar (en plan Ernesto Cardenal y Thomas Merton por Getsemaní), a donde he vuelto este verano en compañía de otro amigo, Miguel Ángel Lama.
Acorde al espíritu de aquel hombre bueno (del que el actual Papa toma, por cierto, su nombre), los versos de Merini celebran la vida con la misma pobreza y semejante desnudez. También es coherente el tono, inspirado, a la altura de lo que se canta.
A "un desierto de sencillez" y "de silencio" ("Me diste la felicidad del silencio", pone en boca de Francisco), alude Merini. No en vano el santo canta "bajo las aguas de la muerte".
Se nos recuerda a Eliot:"La humildad es infinita". Y el de Asís exclama: "Dios es luz: / cantaré para él". O: "Cuán cálida es la pureza evangélica".
No cabe duda que la poeta escribe al dictado de su fe. Fe, diría, pura. Uno no puede evitar retrotraerse al niño y al adolescente que fue y evocar aquellas creencias claras y limpias que tuvo. Nada empaña el mensaje franciscano, tan alejado desde hace siglos de lo que la Iglesia, como institución de poder, ha representado y aún representa.
Tampoco he podido olvidar, al leer estos versos luminosos, que su autora tuvo una existencia intensa y tormentosa, marcada por la enfermedad y las dificultades de todo tipo. La placidez y el fervor que los impregnan proceden de una mente equilibrada.
Se suele tildar a Merini de mística. No me lo parece. Al menos aquí. Su pequeña verdad es real como la vida misma.
Todo lo dicho y lo leído entra acaso en contradicción con el mensaje del sirio Adonis, recogido aquí. La "gran poesía" (prefiero poesía, a secas) no siempre es laica. Basta con mirar hacia atrás en la historia de la literatura. O al interior de este hermoso libro.