25.3.14

¡Avalancha!

Lo confieso: no doy más de mí.
Agradezco profundamente, y lo digo sin un ápice de ironía, que, además de los amigos, también los conocidos, los saludados y hasta los que no son ninguna de las dos cosas, por decirlo a la manera de Pla (y de Trapiello), me envíen sus libros a casa, algo que ya viene siendo norma desde hace tiempo, y que, insisto, me honra por el depósito de confianza que el gesto conlleva. Con todo, ay, el hecho empieza a ser preocupante. Me agobia verlos llegar cada día, cómo ocupan mesas y estanterías y se extienden por pasillos y habitaciones y, lo que es peor, no poder leerlos todos.
Omito lo que opina al respecto mi pobre cartera. La funcionaria de Correos, digo.
Es verdad que no puede uno asegurar tan alegremente como antes que sólo es un lector, lo que en realidad soy. Así y todo, tienen que comprenderme: es imposible que dé cuenta aquí (no digamos allá) de cuanto se publica o recibo. Y lo intento, como bien sabe quien frecuenta este colmado rincón. O lo intentaba, mejor. Pido paciencia y mando disculpas. Al decirlo, no puedo evitar acordarme de Aramburu otra vez, de lo bien que ha sabido reflejar algunos peregrinos modales del gremio poético. Al final Gimferrer y yo vamos a tener que darle la razón: som així, semos asina.
Bromas aparte, me permito mencionar siquiera algunos de los últimos títulos que han llegado y que he leído, así como el nombre de sus autores: GPS, de Agustín Calvo Galán (Amargord); Las vidas de las imágenes, de J. Jorge Sánchez (Luces de Gálibo); Barreras, de Hasier Larretxea (La Garúa); Cantos : & : Ucronías, de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán (Calambur); Los matemáticos no saben pilotar aviones, de David Delfín (Editorial Círculo Rojo); Climas, de Rafael Morales Barba (Diputación de Cáceres); Detrás de la noche, de José Cercas (Norbanova); Axis mundi, de Pilar Verdú del Campo (Diputación de Soria); Arcadia desolada, de Pedro Juan Gomila Martorell (La Lucerna)... Mil gracias.