27.11.13

Cuatro libros

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Aunque a uno le gustaría hablar por extenso de todos los libros que lee (y que merecen, a mi modesto entender, ser comentados), el tiempo manda. Por mucho amor al arte que se tenga. Peor sería ni siquiera nombrarlos, se dice uno a modo de consuelo.
Cuatro traigo hoy a colación. El primero, Una copa de Haendel, de José María Jurado (Sevilla, 1974, aunque criado en Cáceres), lo publica La Isla de Siltolá en su colección Tierra. Está dedicado "A la clara memoria de Miguel García-Posada, a quien se brinda también el último poema, "La quencia", título homónimo de uno de los libros de memorias del añorado crítico y poeta sevillano.
El libro, o eso me ha parecido, tiene un aire de otro tiempo. Y no por anacrónico. Más bien por intemporal. O por su indudable tono clásico. Culturalista, en el mejor sentido, sin por ello ocultar el aire veneciano de nuestros novísimos, con Venecia y todo. De los novísimos y, añado, de cierta poesía andaluza de los ochenta que remite a modelos anteriores: Cántico, por ejemplo, donde el círculo se cierra. Y no sólo. 
De la musique avant toute chose, diríamos de nuevo con Verlaine. Sí, prima el sonido. El impecable ritmo de los versos (que no desdeñan el poema en prosa) tanto como las constantes referencias a músicas y a músicos: Chopin, Schönberg, Gerstwin, Schubert... Sigue el arte: la pintura ante todo: Gris, Turner, Klimt, Friedrich...
El libro no podía empezar mejor: "Chejoviana" es un poema estupendo. El resto no deja de ser un intenso paseo por el lujo, la belleza y, ya se dijo, la música y el arte. 
Cerca del origen, el segundo, es la ópera prima del poeta extremeño Fernando de las Heras (pacense del 81) y lo publica la Editora Regional de Extremadura en la colección Poesía que cambia de aspecto, y mira que el anterior era bonito.
Se abre con una cita de Joan Brossa donde leemos: "Entre las letras del abecedario aún queda mucho por decir".
Formado, como tantos poetas de aquí, en la Universidad de Extremadura (con estancias, en su caso, en Lisboa y Lieja), su poesía tiene aliento metafísico (o de orden filosófico) y, por eso, sus poemas son densos y discursivos, donde abunda el tono de la meditación.  
Prima, o eso me parece, lo intempestivo. Ese aire intemporal, digamos, sobrevuela sobre una indagación, entre histórica (o pre-histórica) y científica (o de ese tenor), en torno al origen o a los orígenes, algo que se ajusta perfectamente al título del libro.
Hay poemas muy logrados. Así, "La ley del cielo", "Fe de erratas", "En la danza sufí", "El don de habitar"... Me han gustado especialmente los poemas breves, que, ya se dijo, escasean.
He anotado algunos versos sueltos: "Y dentro de la luz / la palabra", "qué camino tomo para perderme?", "Tenemos el único propósito / de aprender a ser mortales". 
No le falta dignidad a la obra ni, siquiera sea por su título, originalidad. Tampoco ambición. Se aprecia un tono sostenido, una voz personal, un camino propio y una unidad que dice mucho de Fernando de las Heras. Habrá que permanecer a la espera de nuevas entregas, aunque a uno le parece que, leído lo leído, este hombre llega dispuesto a quedarse. Tiempo al tiempo. 
Se nos recuerda, en fin, que el libro obtuvo una Beca a la Creación de la Junta de Extremadura en 2008. ¡Qué tiempos!
Un lugar en el que nunca he escrito, el tercero, es la segunda entrega poética de Aitor Francos (Bilbao, 1986) y la publica Renacimiento. A Francos ya le mencionamos aquí, a propósito de su ópera prima, Igloo, que tuvo edición doble: en la editorial de Abelardo Linares y en la liliputiense de Cumbreño.
Bilbao y la poesía urbana están en la base de este libro. Y la poesía, sobre la que se reflexiona o a la que se hace mención constantemente. Con forma de soneto (catorce versos endecasílabos en cuatro estrofas, dos de cuatro y dos de tres, pero sin rima), estos poemas recuerdan, por su tono: desenfadado, coloquial, claro, a Juaristi, por el paisanaje, o a Luis Alberto de Cuenca, por su atmósfera de serie negra. Hay mucha literatura (muchas lecturas) dentro y no poca música. Prima la ironía ("Me temo que no pasaré a ser / un mediocre poeta provinciano"). Incluso apunta a veces el sarcasmo. Y hasta cierto malditismo, propio de la vida en la ciudad hostil. 
Varios poemas me han gustado especialmente: "Hrönir", "Narkissos", Bibliomanía" (una suerte de paradigma: "No me conviene repetir estilo / por el bien común de los contrarios") o "Tristerías de Laforgue". 
"La poesía -escribe Francos- es un silencio / que no alcanzaremos a pronunciar / enteramente". 
En el cuarto, El principio celular, reúne Jorge Barco (Salamanca, 1977) poemas escritos entre 1998 y 2013. Está publicado por Origami y la cubierta de Pablo Gallo, he de reconocerlo, me gusta mucho. 
Ya desde el principio se aprecia que Barco está inclinado a divertirse y a divertirnos. Su desenfado es elocuente desde el mismo título (que no surge del mundo científico, como pudiera parecer, sino del Reglamento Penintenciario: Artículo 13 del Real Decreto 190/1996, de 9 de febrero), sigue con el prólogo y sienta bases firmes en el primer poema: "Para qué sirve Jorge Barco". De ahí en adelante todo es ironía, humor, disparate, boutade, juego, exabrupto, etecé, eceté. Chiste, incluso. Todo envuelto con mucha literatura (referencias, lecturas): Pessoa, Virgilio, Gimferrer, Colinas... Por más, cabe precisar, que a quien remite esta poesía es a eso que llaman "realismo sucio", siquiera sea para reírse de él. 
Parece que Barco escribe con suma facilidad, que todo en su poesía es espontáneo. Y muy simple. Por cotidiano y de todos. Eso sí, aunque no siempre ocurra, esa presunta desenvoltura puede acabar volviéndose en su contra. Cuando adquiere tintes de ocurrencia. Entonces, lo sencillo torna simple, incluso superficial. Insisto, no ocurre por sistema, pero el peligro acecha. Y en alguna ocasión, salta. 
No es menos verdad, según creo, que tras la aparente, continua juerga verbal subyace la melancolía, el desgarro, la desazón, el desesperado mal de vivir. Y la reflexión, claro. No todo va a ser jijiji y jajaja. 
Entre las continuas referencias a Laetitia Casta y al "mundo real" (el que quiere Zadie Smith, ajeno a los paseos junto a un lago), más allá de las irreverencias, la provocación y el escándalo, late una poesía bien trabada, donde el amor es parte fundamental y el humor, ya digo, norma.