15.5.13

Dos poetas a poniente
















 Tenía curiosidad por ver cómo había retratado Pedro Gato a dos poetas que tengo por fotogénicos: José Antonio Zambrano y Santiago Castelo, las dos últimas incorporaciones de la colección Luna de Poniente (De la Luna Libros). No me han defraudado las fotografías. Ese hombre ha logrado arrancarles, con toda naturalidad, su alma, del que la cara es, según dicen, espejo.
El primero publica Tonás de los espejos. En una, dedicada precisamente a Castelo, escribe: "Al espejo de mi casa / le voy a poner dos velas, / para que cuando me mire / el otro no sienta pena". 
La afición del poeta de Fuente del Maestre (1946) por el flamenco no es nueva. En esta misma editorial publicó en 2004 Soleares. A cantar las doce.
La toná es uno de los palos matrices del flamenco. Un cante de gitanos. Poco cultivado, al parecer, por los cantaores actuales. Cayetano Ibarra, que de eso sabe, lo explica en el prólogo. "La toná flamenca es un hombre solo, sembrado de angustia, frente al misterio de la existencia", dice. Vienen de antiguo, como el silencio y la pena.
El libro incluye treinta tonás: quince en cada una de las dos partes de que consta y que se abren con sendas citas de los hermanos Machado, Antonio y Manuel. Suelen ser, en lo estrófico, cuartetas asonantadas. En la "Nota" final, Zambrano agradece a Miguel Ángel Lama su "empeño para que las suyas Tonás de los espejos apareciese como es de razón: desde el sitio que corresponde a la poesía". De suyo va también que remiten a lo jondo. Juanramonianamente, podríamos decir. Sus letras son variadas y atienden a los asuntos de los que se suele ocupar la poesía: el amor, la vida, el tiempo...
El segundo, Castelo (Granja de Torrehermosa, 1948), da a la imprenta Esta luz sin contorno. Consta de una poética (en forma de soneto, que no deja de ser otra poética: "Buscar exacta la verdad certera, / hallar la sed de la palabra viva...") y de dos partes: "Poemillas para las noches de agosto" y "Memorias y otras melancolías". Los primeros, tan breves como su título indica, nos acercan al Castelo más genuino, el de Cuaderno del verano. Ya se ve que el poeta viene de librar una batalla cruenta con la vida. A costa, claro, de la muerte. La de dos de sus seres más queridos: su padre y su hermana. La cita inicial de Gil de Biedma es elocuente: "Y que la vida / todavía es posible, por lo visto". Con todo, escribe, "Quiero seguir soñando / más allá de la muerte".
Los de la segunda sección son poemas muy diferentes. Creí al principio que todos serían de ocasión, circunstanciales: dedicatorias, prologuillos líricos, compromisos varios... Pero no. Los hay, sí, y podría haberse prescindido de ellos, pues, al fin y al cabo, no son tantos; sin embargo, también encontramos ahí poemas de cuerpo cierto: hondos, emocionantes. Así, "Paseo", "Juegos", "Nostalgia de Buenos Aires" (el viaje es una constante del libro), "Añoviejo romano"...
Dos poetas amigos, coetáneos, extremeños de dentro y de fuera (aunque Castelo sea más de aquí que nadie, como vienen a constatar estos versos). Dos libros que aportan solidez, desde lo popular y lo clásico, a la colección Luna de Poniente, que sigue afianzándose.