17.5.13

"Atenas", de Piqueras

Llegué contento de las celebraciones del Loewe, pero la intensidad de aquellas horas madrileñas debieron dejarle a uno, de pueblo al fin y al cabo, incapacitado para proceder a la lectura del libro ganador del último Premio, Atenas, de Juan Vicente Piqueras, al que vimos por allí tan cariñoso y vital como siempre. Con todo, ahora, una vez leído, me arrepiento de no haberlo hecho antes, pues la obra lo merece. 
No resultará una sorpresa para sus lectores habituales, pero se parece lo justo a su entrega anterior, Yo que tú. Quiero decir que, con ser del mismo autor, el tono es otro. Es un libro, o eso parece, mucho más meditado y contenido, por ejemplo, y aunque no falte algún juego de palabras y alguna que otra pirueta verbal, me da la impresión de que el alcance de la apuesta es muy distinto. Más hondo, acaso, o puede que más trascendente, por mucho que la palabra induzca a error. Más en Piqueras.
En Atenas la protagonista es Grecia: sus mitos, sus dioses (a quienes Piqueras se dirige constantemente), su literatura y su filosofía, sus paisajes, sus mares y, claro, sus pueblos y ciudades. Y su gente. O las personas con las él se topó. El valenciano de Los Duques de Requena (1960), que ha vivido en medio mundo (y que ahora para en Argel), residió unos años en Atenas, aunque en la primera frase de la "Nota del autor" que encabeza el volumen afirme: "Atenas no es el tema de este libro". Entre otras cosas, porque "ya no existe". Y más adelante: "Dado que el donde es un don, que los lugares son dioses y que yo no he encontrado todavía el mío en este mundo, diré dónde nacieron los poemas". Y enumera esos sitios que inspiraron, sólo eso, sus versos. Sí, porque el asunto de los mismos es variado, como la vida, y lo que expresan tiene que ver con esos azares y circunstancias vitales de quien se vio en la necesidad de escribirlos.
Que nadie dé por supuesto que estamos ante un libro culturalista. La naturalidad con la que se habla de este poeta clásico o de aquel museo o de aquellas ruinas es grande. Su Mediterráneo es familiar, si bien de otras orillas. Habla Piqueras de lo muy vivido, por muy de paso que fuera. Eso no quiere decir que no abunde, ya se dijo, en constantes referencias a lo que Grecia representa. En cultura, casi todo. No haría falta volver a recordar a Shelley: “Todos somos griegos”. O a Borges, que añadió: “en el exilio”
Decidido a "no tener domicilio", Piqueras ha logrado, sin embargo, con la hospitalidad que le caracteriza, que Atenas se convierta en una casa para el lector. Llena de claridad, pero también con sombras. Por sus ventanas vemos higueras y vides, azoteas y pueblos blancos. Al fondo, un mar color de vino. Y cenizas y desolación e incluso llamas de ese incendio que no cesa, que "las lágrimas no sirven para apagar". 
"¿Quién sabe adónde va cuando se va?, se pregunta Piqueras. Él sigue su camino. Mientras persista y nos dé poemas como estos, poco importa. Poemas, puntualizo, y también versos, que tomados por sí mismos brillan en este libro como la luz de aquellos míticos lugares. Lugares, no se olvide, que son dioses.