4.11.12

Las cosas que me ocupan: un palimpsesto










Dije aquí atrás que me gustaría leer los diarios de Juan Malpartida. Dicho y hecho. Bueno, me ha llevado su tiempo. Al vuelo de la página (Fórcola, 2011) tiene casi quinientas y, digámoslo pronto, no se trata de un diario al uso, aunque eso ponga en el subtítulo del libro, acotado por las fechas 1990 - 2000.
Leído lápiz en ristre, cada entrada lleva su correspondiente título, por eso tiene algo de enciclopedia o de diccionario enciclopédico, muy acorde con su tono (¡qué bien le hubiera venido un índice onomástico!) y, aunque no se anota la fecha exacta, sí se especifica el mes y, cómo no, el año.
Se ve a las claras que quien lo escribe es, ante todo, un lector. Un lector voraz, pero concienzudo. Alguien que piensa: mientras haya libros y lectura no moriré. El rigor es, sin duda, una de las características del diario y eso me lleva a otra conclusión: Malpartida es, amén de lector, o por eso mismo, un crítico exigente y lúcido que no le teme a la verdad. Este hombre, a los hechos me remito, no tiene pelos en la lengua. Más allá, subyace tras este diario la condición de ensayista de quien lo ha escrito. De su admiración por ese género y por quienes lo cultivan hablan sus constantes referencias a unos y otros; Savater, el que más. Por otra parte, no conviene olvidar que JM es responsable de la sección de ensayo del ABC Cultural y que ha ejercido la crítica en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, de la que en la actualidad es director.
La reflexión, en el linde de la filosofía (otra constante en la obra), cuando no concebida desde dentro, le permite, como decía, adentrarse no solo en territorios personales, los más propios del género, sino en muchos otros que amplían el panorama y, vuelvo al principio, hacen de las "anotaciones" de este libro, además de una obra mayor, una especie de "palimpsesto", como indica él mismo en la primera línea. Da igual que asunto aborde, la literatura o la pintura, la política o la citada filosofía (Althusser, Heidegger, Castaneda, Steiner, Cioran...)
Un capítulo aparte merecen las meditaciones sobre poesía escritas a partir de la propia (Malpartida es más que nada un poeta) y de la de otros: Tomlimson (un amigo), Eliot (del que tradujo La tierra baldía), Gil-Albert (oportunamente recordado), Lorca, Alberti, Gorostiza, Cernuda, Haroldo de Campos, Enrique Molina, Valente y, por encima de todos, Paz, Octavio Paz, acaso el nombre que más se repite en estos diarios, figura tutelar, mentor, amigo y maestro. Son muchas las páginas, ya digo, dedicadas a él, a su vida y a su obra en años, por cierto, decisivos para el Nobel mexicano, los últimos, cuando, entre otras cosas, se quema su biblioteca, enferma y muere.
Y ya que hablo de poesía, no faltan algunas líneas donde visita el otro lado de la lírica: la miseria de los premios amañados, las traiciones sibilinas, las tendencias dominantes, los que van de poetas...
No le duelen prendas defender esa línea poética que parte de lo que precisamente Paz denominó "tradición de la ruptura", y, en consecuencia, echa de menos que nuestra poesía patria, tan "provinciana" según él, no haya transcurrido por derroteros más modernos y arriesgados en lo formal (que lo es todo) después de la renovación vanguardista que tuvo lugar el siglo pasado.
A diferencia de otros diarios, el de Malpartida no oculta, salvo rarísimas excepciones, los nombre y apellidos de las personas a las que se refiere. Tampoco ciertas antipatías y algún suceso siniestro, como la salida de Félix Grande de la dirección de CHA y todo el revuelo que aquella decisión, tomada en su momento por política, acarreó. 
Viajero incansable (México, Brasil, Argentina, EEUU, Alemania, etc.), moralista no sé si confeso, conversador incesante (en eso está también con Paz: toda verdad es un diálogo), incisivo, irónico, entusiasta ("creo en el entusiasmo"), volcado en su tarea intelectual y literaria y desdeñoso del éxito, la promoción y la vida social del escritor ("hay que trabajar la obra, no el personaje"), se podría decir de JM, tomando unas palabras del poeta Gil-Albert, que estamos ante "un español que razona", rara avis en estos lares y no sólo ahora. Un español, cabe añadir, cosmopolita sin impostación, más ciudadano del mundo que cualquier otra cosa, algo lógico si tenemos en cuenta que para él las fronteras se abren a partir de la literatura y de la lengua, defensor a ultranza del español de aquí y de allá, de España y de toda América. Del español y no sólo: por eso defiende la traducción como vía de acercamiento a otras realidades que son en realidad la misma, universal y humana.
"Recordar duele", afirma JM. Más cuando se trata de sucesos íntimos, que no abundan pero tampoco faltan en el volumen. Así, las referencias a su primera mujer, muerta prematuramente antes de cumplir 30 años; a las relaciones con su hija, a sus padres (a los que dedica intensas y emotivas páginas); a su segunda paternidad tardía; a Marbella, su pueblo natal (1956); a su salida temprana de la casa familiar; a su difícil adolescencia (otra constante, asociada al mar), etc. En este sentido, Al vuelo de la página es también una autobiografía escrita a través del sinuoso zigzag de la memoria.
Aunque conozco y leo a Juan Malpartida desde hace mucho y comparto con él amistades comunes (Jordi Doce, entonces en Sheffield, y el ultramarino Orlando González Esteva, por ejemplo), sólo ahora, tras leer este libro he podido calibrar debidamente su sitio en la poesía y en la literatura española de nuestro tiempo. Dije antes "obra mayor" y no me arrepiento del calificativo: hay en ella solidez y estilo. De entre las suyas, merece ser destacado este empeño memorialístico. Como lo más genuino acaso. A pesar, sí, de que la poesía (que aquí, de una u otra manera, no falta) sea lo más suyo. O lo que él más quiere.