20.6.12

Penkov: entre el este y el oeste

Como aventuraba, no he esperado ni a las vacaciones ni a julio para leer Al este de Occidente (Seix Barral), de Miroslav Penkov. Es, sí, una buena ópera prima y no es extraño que el libro se haya publicado ya en distintas lenguas y países. Los bonitos y duros relatos que reúne el búlgaro Penkov en su libro (que Rushdie ha calificado de "maravillosos") reflejan no sólo los cruentos avatares de su tierra natal, los bélicos Balcanes, su convulsa y atormentada Historia (lo político, lo religioso, lo étnico), sino también los azares de quien abandona esos lugares, paradójicamente hermosos, de bosques, ríos y casas con emparrado donde el tiempo transcurría -ah, la memoria, la infancia- despacio, para emigrar a Estados Unidos en busca de una vida menos pobre y peligrosa. Mejor.
Huelga decir que en Al este de Occidente prima lo autobiográfico. El personaje principal se confunde con el muchacho búlgaro que se traslada a Norteamérica con la excusa de completar sus estudios y se licencia en Psicología. Está bien que así sea: ¿no encierra cualquier vida una novela? No digamos una así.
Este ingenuo lector de narrativa sospecha, no sabe bien por qué, que en el libro -acaso demasiado complaciente, me da que con deliberada vocación de best seller- hay algo de plantilla, de ejercicio de estilo, de ideas bien aprendidas y mejor aplicadas, propias de alguien que se ha formado en un taller de escritura creativa (él hizo un máster en eso por la Universidad de Arkansas). Con ser, ya se dijo, una obra que se lee con gusto y que incluso, por momentos, emociona (natural si se tiene en cuenta el material narrativo con el que Penkov cuenta), no creo que se acerque, como quieren los editores, a Dublineses, de Joyce, o a Estambul, de Pamuk. Están en ondas distintas. Sólo eso. Lo que no obsta para celebrar los logros del joven escritor macedonio, que en empeños posteriores es probable que llegue a más. Puede que ya haya llegado.
Con todo, lo que más me ha sorprendido son las tres páginas de "Agradecimientos", ese hábito tan anglosajón, que figuran al final del volumen. Que haga falta tanta gente -familia, amigos, colegas, profesores, etc.- para escribir un libro y, oh envidia, que tantos y tantas te apoyen para hacerlo. ¡Uf!