4.4.12

Villena: la hora de la verdad


















Primero fue un comentario de Martín López-Vega en su blog y luego un artículo de José Carlos Llop en su cita dominical del Diario de Mallorca. Los dos se ponían de acuerdo en celebrar la aparición de Proyecto para excavar una villa romana en el páramo, de Luis Antonio de Villena, que publica Visor, y me picó la curiosidad. Por seguir con las confesiones, diré que hacía años que no leía un libro del poeta madrileño, desde Las herejías privadas (Tusquets, 2001). Sí poemas sueltos; el último, precisamente, de Proyecto para excavar...: "Paret y Alcázar", en la revista Turia, que arranca con un "Me hizo hacer..." que no me gustó nada.
Aprovechando una excursión en coche por los valles y sierras del norte de esta provincia (puertos de Tornavacas y Umbrías, El Barco, Candelario, La Garganta, Hervás), lo leí anteayer del tirón. Y no me ha disgustado. A ratos, incluso, me ha gustado mucho. Es verdad que estos poemas nos recuerdan, como han destacado otros comentaristas y críticos, al autor de Hymnica y Huir del invierno, no sé si sus mejores libros, pero en todo caso los que el joven lector que fui leyó con más fervor. El tiempo, claro está, ha pasado y el poeta no oculta que estamos ante una elegía y, por eso, "es asimismo un libro de enorme vitalismo y sensualidad".
El poeta abomina de la vejez. Suya ("Exembajador") y de otros; los padres, por ejemplo ("La vejez"). Se duele de la vida, que pudo no ser sin que pasara nada y que es, pero tampoco importaría si dejara de serlo. Como Borges, dice haber "cometido el peor de los pecados": "No he sido feliz". Aunque en el libro aparezcan momentos de esplendor que dan cuenta de una intensidad bebida a grandes tragos ("Alegría", "Final feliz"). Si no hubo amor, sí que hubo amores. Mucha soledad ("Estar solo"), pero también amigos ("De amicitia").
Me quedo con los poemas que recrean al niño que fue ("¿Adónde ir?"), donde la familia aparece de soslayo, en especial padres y abuelos (a la abuela Fermina le dedica un poema), y también algunos animales: pájaros ("Avícula"), grillos, gatos, tigres...
Destacaría algunos muy hondos, escritos a tumba abierta, sobre la vida ("Cuando ya no importe", "Telón" -tal vez el mejor del libro-, "Muy lejos"...), situados en estos tiempos "de sobrevivir sin alegría". U otros dedicados a temas eternos (la bondad, la dulzura, la ternura...), donde entrevemos al Villena más humano, desprovisto, ahora sí, de esas máscaras con las que tanto le ha gustado disfrazarse.
Me ha llamado la atención el abundante uso de la palabra "aún", como si todo fuera ya un aplazamiento, o, por decirlo con el maestro Brines, el sucesivo ensayo de una despedida.
Están luego los libros y el arte, por más que en él no haya habido en rigor culturalismo, al menos ese impostado que por aquí se ha gastado y se gasta. Y los nombres, cómo no, de los muchos cuerpos que amó o que quiso amar, parte central de esta intensa elegía, y los de otros hombres, amigos y cómplices, que ha conocido; Leopoldo Alas ("Leopoldo"), pongo por caso.
En el inevitable capítulo de las quejas, este lector debe anotar cierto vocabulario pomposo, deliberadamente anacrónico, marca de la casa, que, por momentos, da a su poesía un tono afectado, y, sobre todo, los errores y erratas que tanto abundan sin ninguna necesidad. Así, uno encuentra "huída" siempre con tilde, "si no" por "sino" y viceversa, confusiones entre "por qué" y "porqué", el pronombre "mi" sin acentuar (páginas 116 y 131), las palabras "egoistas" (pág. 133), "sáuce" y "desvaido" faltas o sobradas de tilde, etc. Por suerte, el libro, que está por encima de estas minucias (pero que, reconozcámoslo, tanto afean), tendrá pronto una nueva edición, limpia esta vez de esos descuidos.

(Nota: La fotografía -"Chamartín, 1960"- pertenece a la galería de la página web de L. A. de V.)