14.4.11

La primera antología de Aquilino Duque

El valiente, casi temerario, editor Javier Sánchez Menéndez abre en La Isla de Siltolá nueva colección: Arrecifes. Se inaugura de la mejor manera posible con La tumba negra, de Antonio Colinas, y Reloj de arena. Antología poética (1950-2009), del poeta sevillano Aquilino Duque (selección de Abel Feu). Como se señala atinadamente en la solapa "debe de ser el único autor de su generación, la del 50, que no contaba hasta ahora con una antología poética, signo éste tanto de la anómala valoración de su obra como del anómalo funcionamiento del mundo editorial español". No es extraño que aparezca, por fin, a los ochenta de su edad, de la mano de Siltolá y de JSM. El prólogo, Ensimismamiento, es preciso y elocuente. Se puede leer en su blog, Viñamarina, donde uno entra de vez en cuando para comprobar que sigue siendo un hombre incómodo que permanece erguido. También para discrepar, algo que no es difícil cuando de confrontar opiniones (no poéticas) se trata.
Ocho libros en sesenta años no es mucho, dirán algunos. Suficientes, digo yo. Recuerdo bien la lectura de su Poesía incompleta (1999) donde Duque reunió siete de ellos, un libro que publicó otro editor de verdad, Manuel Borrás, de Pre-Textos. Leí esos poemas en Conil, en la penumbra agosteña de un apartamento del barrio de Río Salado.
Siempre me pareció don Aquilino un poeta necesario. Ahora que lo releo, me confirmo en esa apreciación que, al parecer, no es general para el público (de haberlo) y la crítica de España. Es lo mismo. Lo que importa es ese puñado de poemas arrancados al tiempo donde se muestra a las claras "la misión redentora del poeta, porque es la palabra del poeta la que siempre queda frente a la palabrería olvidadiza de los que al pueblo lo degradan y lo encanallan"...
"Vivo al acecho de la palabra exacta", escribe don Aquilino, a la busca de la "palabra secreta", que es el título de otro de sus poemas. Y eso se nota. Esta es una poesía con regusto antiguo, de aire clásico, donde se mezcla con naturalidad lo culto y lo popular (¿a eso llaman poesía andaluza?). Lo es por los motivos (modernistas, a veces), por las rimas (que no cesan), por la evocación de un mundo que ya no existe donde aún quedan cafés elegantes y trenes lentos ("Vivir es estar siempre de viaje"), por la nostalgia de la milicia y de la patria, y, más allá, por el insondable, luminoso Sur, tanto da que de Roma o de Sevilla.   
"Ya he escrito cuanto había de escribir / y vivido de sobra cuanto había de vivir", leemos en uno de los poemas de su último libro. También allí dice: "¡Qué poco basta para ser feliz!". A uno le ha sobrado con las pocas páginas de este libro. Por un rato al menos. Ahora sólo pienso en conseguir Entreluces, el único de los suyos de poesía que no tengo.