9.3.11

¿Y si Pitta, de repente?

Fue un acierto que la Editora Regional de Extremadura crease en 2005 una colección transversal, Letras Portuguesas, que diera carta de naturaleza a una literatura tan cercana como necesaria. Había antecedentes. El de Ángel Campos Pámpano y su antología Los nombres del mar (publicada en el 85, recién inaugurada la Editora) y, sobre todo, Te me moriste, de José Luís Peixoto, un hito de La Gaveta, traducido por Antonio Sáez Delgado a instancia del sagaz Fernando Pérez. Por eso tuvo uno muy claro quién debería ocuparse de verter al español esas obras que nos estaban esperando al otro lado de la Raya. Y, antes, a quién escuchar sobre la conveniencia de editar unas u otras.
Quizás convenga aclarar que del mismo modo que la revista Suroeste no es heredera de Espacio/Espaço escrito, pero remite a ella, tampoco Sáez Delgado, director de aquélla, es sucesor de Campos Pámpano, aunque pueda y deba uno referirse a aquél cuando alude a éste, por el mero hecho de que, además de amigos, ha continuado esa ejemplar labor traductora con semejante pasión y con resultados espléndidos e incuestionables. Tanto es así que tiene entre manos las versiones de dos de los últimos libros de Lobo Antunes, que es tanto como decir que va a sustituir en Random House-Mondadori al desaparecido Mario Merlino en la exigente tarea de poner en español la obra del nobelable portugués.
A día de hoy, Antonio Sáez ya ha traducido para Letras Portuguesas libros de Ruy Ventura, José Gil, António Cândido Franco, Fernando Pinto do Amaral y Gonçalo Tavares. Llega ahora ¿Y si todo, de repente?, de Eduardo Pitta, un portugués nacido en Mozambique en 1949 que se ha venido distinguiendo por su alto nivel de exigencia en el panorama literario luso, tanto en la poesía (con ocho libros en su haber) como en el ensayo y la crítica, que ejerce con maestría en el diario Público.
De eso da buena cuenta esta antología donde se ve a las claras, ya digo, la personalidad poética de Pitta. La suya es una poesía "de los márgenes", como precisa Sáez en su medido prólogo, propia de "un apátrida escéptico", "a la intemperie" (del amor, de la vida), "que no rehúye lo trágico, que habita el terreno del desamparo y del exilio particular en que transforma a menudo la vida", "angustiosamente bella", como dijo  Gaspar Simões, "emocionante y corrosiva", "contenida y elíptica, cortante como una navaja".
"El infierno -escribe Pitta- es una asignatura como cualquier otra". De ésa y otras materias, acaso menos temibles, sabe bien el poeta, espectador de un tiempo enrarecido, comprensivo con  los "adolescente indecisos", de "pocas palabras, y gastadas", que pierde una ciudad y constata que "un perro de angustia avanza / por la ciudadela sitiada", que se pregunta: "¿Dónde estarán el pan, el vino y la miel / de tantas tardes despreocupadas?", al que persiguen "fantasmas de otros tiempos", que nos define como "Náufragos irremediables de los mares de China / a los que no fuimos", que, por fin, se plantea: "¿E se tudo, de repente?".