28.2.11

Noticia de Tomás Pavón

Nos encontramos, muchos años después, en la presentacion de la poesía reunida de Basilio Sánchez. Hablamos al finalizar el acto y me comentó que había publicado un libro del que uno no tenía noticia. Ya lo he leído. Se titula El desván de la memoria y lo publicó Libros del Oeste en abril de 2009. Para quienes hayan transitado por su literatura, escueta pero precisa, ahí no hay sorpresas. Bajo el rótulo de novela (ese bendito cajón de sastre que admite casi todo), Tomás Pavón aborda el asunto, claro está, de la memoria, la de la infancia de un personaje que, como él, la vivió entre las décadas de los sesenta y setenta, que es cuando la vivió también uno. Lo digo porque para quienes estamos en esa misma circunstancia la lectura de esta obra es mucho más cercana. Es más sencillo conseguir ese efecto de verosimilitud que te permite mimetizarte  incluso con el protagonista que vive cosas parecidas a las tú viviste y está rodeado de nombres que te resultan del todo familiares. Poco importa, en suma, que él viva en Londres y recuerde, a partir de una fotografía, sus largos veraneos en Alhacel, en casa de sus abuelos. Por lo demás, el libro está escrito con la debida naturalidad, con una prosa sencilla que acompaña al lector, sin sobresaltos, por los cabotajes del innominado protagonista. Allí, el pop y sus conjuntos, el mundo de los cómics (que tanto le gusta a Pavón, autor de El cuaderno de Corto Maltés), los cines de verano, las bicicletas (que son para ese tiempo), los aventis (hay un homenaje explícito a Marsé), los libros de aventura (Salgari, Verne...), los álbumes de cromos. Además, su amigo el Tuerto y su abuelo Conrado, a través del cual Pavón alude al exilio interior de aquellos años, no se olvide, de ominosa dictadura.
Más que nostalgia, el libro destila melancolía. A ese tono contribuye no poco la escritura monologada del mismo, como es obvio. "La memoria -se puede leer- precisa lentitud". También que el hombre moderno ha perdido "el hábito de recordar". Pavón, con esta novela, nos permite hacerlo de nuevo.  Nos permite viajar con él a una edad perfecta que, como cualquier paraíso, es una edad perdida.