20.3.10

Auf Wiedersehen, Clara

Sí, porque este adiós alemán se traduce, al parecer, como "a verse otra vez". A uno le da un poco de pena dejar a Clara, a Ratón y al resto de los personajes con los que uno ha viajado estos días por Alemania. Dejar esas ciudades llenas de ríos, monumentos y bombones, los momentos blam, al sobrino Kevin (y su presunto síndrome de Asperger), las jaquecas de la señora escritora y, en general, esa reflexión, entre irónica y humorística, sobre el matrimonio que va entreverada entre las páginas de Viaje con Clara por Alemania y que acaso sea lo más interesante y sustancial del libro. Aramburu ha escrito una obra tan deliciosa como el chocolate que cada poco degusta Ratón, alguien, por cierto, que a uno, que no lo conoce, se le antoja bastante parecido al Fernando que nació en San Sebastián en 1959 y que vive desde 1985 en Alemania. Sobre todo en lo que concierne a su sentido del humor, que, como acabo de decir, está en la base de esta novela. Sin entrar en el tópico autobiográfico, desmontado de antemano por él, no me cabe duda de que detrás del "Gracias, Alemania" que "ratoncito" pronuncia en la Isla de Rügen está la expresión concisa de un dilatado homenaje a ese país, no exenta de una moderada crítica a la forma de ser de algunos de sus paisanos.
He mencionado la palabra matrimonio y uno, que lee poca novela, no puede por menos que extrañarse de que un escritor español aborde ese asunto (por no decir problema) con la naturalidad debida. Sólo en las páginas de los diarios de Trapiello he leído, salvando todas las distancias, algo semejante. Habrá más, no lo dudo, pero a mí se me escapa. Y ya que menciono la palabra, en esta crónica viajera hay mucho de diario, lo que da un tono al libro que este humilde lector agradece. No leo para entretenerme -ignoro si por remilgos educacionales y religiosos parecidos a los que arrastra Clara a ratos- y, sin embargo, esta novela parece escrita para eso. No lo creo. O no del todo. Quiero decir que, por más que entretenga y hasta divierta, el verdadero festín está en las palabras, como debe ocurrir en literatura. Es por lo bien escrita que está (y que me perdonen los puristas y el propio autor por mentar a la "bicha") por lo que he disfrutado más, lo que viene a demostrar que no hay empeños mayores, medianos o pequeños entre los que aborda un escritor de fuste.
Para que no decaiga, sigo con la novela. Me espera otro vasco, Kirmen Uribe, su Bilbao-New York-Bilbao, y luego la Dublinesca, de Vila-Matas. Dos nuevas entregas de Seix-Barral que debo agradecer, otra vez, a Nahir.