9.10.08

Carta de Murcia

En la vida pasan cosas curiosas. De chico, representé una obrita en la que me vestía con el traje regional de Murcia. Fue en el Teatro Alkázar, con el colegio. Tuvimos que ir a casa de una familia que procedía de allí para copiar sus hechuras a partir de una vieja fotografía. Los enfermos del manicomio, donde trabajaba mi tía Sofía, me hicieron las alpargatas. O las adaptaron cosiéndoles unas cintas que subían hasta las rodillas Lo que sí recuerdo es el miedo que pasé cuando entré en aquel siniestro caserón para probármelas. El caso es que de aquella guisa recité unos versos de los que sólo recuerdo un par: "De la mí huerta murciana" y "del rico y sabroso fruto". Aquello era, seguro, una predestinación. Al cabo de los años he ido a Murcia para recitar mis propios poemas en el Museo Ramón Gaya. Uno no puede por menos que inventar curiosas asociaciones. Un honor, el de leer en ese ciclo, al que uno aspiraba en secreto hace tiempo.
La ciudad es tan bonita como me la imaginaba. O más. Unas pocas horas no bastan, sin duda, pero he podido hacerme una idea bastante aproximada. Allí estaba, además, Eloy Sánchez Rosillo (acaba de publicar en Tusquets un libro espléndido, Oír la luz) que me dio recuerdos para Nica, Juanra y Gonzalo, sus anfitriones placentinos. Y Manuel Fernández-Delgado, el director del museo. También poetas, como Soren Peñalver (un griego de la huerta que me regaló el deuvedé de El señor de la guerra), Sebastián Mondéjar (que publica en Calambur La herencia invisible) y Ginés Aniorte (autor de Los azares, en Renacimiento). Hasta llegué a saludar al huidizo Javier Castro que trabaja ahora en esas tierras. También se acercó el que fuera director de la Editora Regional de Murcia con quien intercambié miserias políticas. PP, PSOE, poco importa.
Fue una lectura tan intensa como suelen serlo todas. Encima de la mesa habían colocado una copa de cristal con agua y dos claveles blancos. Como una acuarela de Gaya. Rodeado de sus obras, fue fácil convocar a la poesía. No en vano él era tan poeta en sus poemas como en sus cuadros.
Ha merecido la pena atravesar España de oeste a este, y viceversa, en poco más de 24 horas. Como en los viejos tiempos. Vengo con dulces típicos (de Viena), libros y, sobre todo, recuerdos. De una ciudad que, como sospechaba, es también un poco mía.
Llegué con calor de verano y me fui con aviso de alerta por lluvias. No es un trasvase, pero...