19.1.08

Vida y muerte















Ayer nos acercamos al molino para ver a Brutus. Por suerte, las tardes ya son más largas. Nuestra verdadera intención era localizar a sus crías. Mi suegra había comprobado por la mañana que ya no estaba gorda. Lo primero que nos llamó la atención al verla fueron sus tetillas: no dejaban lugar a dudas. Fue Alberto, que transita por aquellos parajes donde aprendió a andar (bueno, él no anda, corre) con la misma agilidad que la perra, quien encontró a las crías. Cuatro, alguna con el cordón umbilical aún colgando. Estaban en uno de los bancales de arriba, junto a las higueras y al olivo, entre retamas y al cobijo de una pared de piedra. Un sitio soleado donde la dureza de la intemperie lo es menos. El muchacho estaba ilusionado, nervioso, feliz. Hizo fotos y un vídeo con el móvil. Con todo, lo primero fue llamar a su hermana, quien nos trajo hace un par de años a Brutus, para darle la buena noticia.
Al pasar por Gargüera, paramos para dar el pésame a Lute. Una vecina nos dijo que estaban en una misa por María. Nunca habíamos entrado en la iglesia del pueblo y eso que está a pie de carretera. Volvimos a toparnos allí dentro con la intemperie, con el frío que uno siente ante la muerte.