19.1.08

Beber

Con motivo de la muerte del poeta, amigos y discípulos nos han recordado que Ángel González fue, como buena parte de sus compañeros de grupo, un gran bebedor. Lo han señalado como una virtud. Uno de ellos, Caballero Bonald, ha calificado a "los bienpensantes y los abstemios" como "nuestros enemigos de toda la vida".
Uno, bebedor más que ocasional y nunca de otros alcoholes que no sean el vino y la cerveza, alguien que no se recuerda borracho y que, en consecuencia, desconoce lo que es una resaca, se extraña de la tradicional buena fama de los escritores que beben. Y la mala, como es obvio, de los que no lo hacen. Antes y ahora. Sí, ese prestigio no es nuevo: está en la mejor literatura clásica.
Conocí a un poeta que sólo empezaba a escribir cuando se había bebido media botella de oporto. No comprendía que otros, comparaciones al margen, pudiéramos hacerlo "en frío".
No bebo simple y sencillamente porque no me gusta el sabor del whisky, la ginebra, el coñac y otros afamados licores. A buen seguro, porque no lo he probado bastante. De ahí que también desconozca sus famosos efectos. Qué le vamos a hacer.
Leo la columna del periodista Alonso de la Torre (paisano y coetáneo mío) y me consuela saber que no soy el único. Ni en lo del beber ni, ay, en lo del fumar (ya sean cigarrillos o porros).
En fin, todos sabemos que hay abstemios fiables y bebedores en los que uno nunca confiaría. Y viceversa. Por suerte, los textos literarios no se miden en grados. Ni a los escritores se les practica la prueba del alcohol.