12.9.07

Monterrosiana

No sabía uno, aunque debía sospecharlo, que Juan Domingo era un declarado seguidor de Augusto Monterroso, Tito para los amigos. De ahí que, a sabiendas de que no rompo ningún código ético, venga a relatar aquí siquiera un par anécdota de las muchas que este personaje tan singular suscitara en vida y que contaron, en primera persona, dos amigos suyos: Marisa Blanco y Tomás Segovia. La periodista madrileña recordó aquélla que sitúa al escritor (nacido hondureño, nacionalizado guatemalteco pero residente durante la mayor parte de su vida en México) en un restaurante. A sus espaldas, en la mesa de al lado, dos mujeres hablan. Una le dice a la otra: "ya he leído el cuento del dinosaurio", a lo que la otra responde: "yo voy por la mitad". La de Segovia es también muy divertida. Fueron compañeros de trabajo durante años y asegura que era un tipo la mar de ocurrente, de ocurrencias instantáneas. Su última mujer (se casó varias veces a pesar de que todos coinciden en señalar, contra el tópico, que no era un tipo ni alto ni guapo) se llama Bárbara Jacobs (una mexicana hija de judío norteamericano, como señalaba con sorpresa el poeta). Tito la envío al despacho de Tomás. Cuando llegó, la puerta estaba abierta. Entonces éste levantó la vista, la miró y dijo: ¡Bárbara! A lo que ella contestó: "y además me llamo".
La que más le gustó a mi amigo Luis, excelente, que relató María Luisa Capella, compañera también de Monterroso en la UNAM, es ésa en que el escritor recibe una llamada telefónica y alguien le insta a que deletree su nombre y él responde: t de Tito, i de Tito, t de Tito, o de Tito".