4.1.07

Esculturas (o así)



Cada tarde paso debajo del que llaman "primer museo al aire libre de la ciudad". A veces, echo una ojeada. Uno, ante lo entrevisto, lo llamaría, con todo respeto, "museo de los horrores", pero... Se trata de esculturas donadas (mala señal) por Antonio Blázquez. El mismo, si no me equivoco, al que una cofradía de Semana Santa encargó un cristo (o similar) que, sin embargo, sólo llegó a procesionar una vez. Al parecer daba más miedo de lo esperado. No si...
Uno creyó que la inocentada del pasado 28 de diciembre era lo de la calabaza gigante (41 toneladas) que se había instalado en Don Benito. Craso error: es de verdad (bueno, de granito) y sirve de homenaje (?) a los naturales de esa ciudad, a los que denominan "calabazones".
El otro día paseaba por Mérida con Antonio Franco y hablábamos de esta manía de poner engendros en plazas, rotondas y avenidas, como si tal cosa. Es una enfermedad que afecta a los ediles de todas las tendencias, ya se ve. Llegó a la Editora sobrecogido: se había encontrado con varias esculturas urbanas y... Debería estar acostumbrado: ve cada poco, entre otras, la de los poetas, en su Badajoz natal. Repetía algo de una monja enana con aspecto de jedi. Luego, para curarle definitivamente de espanto, le llevé hasta un ente mitológico de Chamaco que pulula por allí. Todo eso en un pueblo que alberga, en uno de los mejores museos de arte romano del mundo, estatuas que da gloria ver.
Con más sosiego, se razonó acerca de la creciente presencia de escultura religiosa en espacios públicos. Al fin y al cabo, siempre estuvo restringida a los lugares sagrados. Paradoja, sí, pero síntoma y señal de que esto no lo arregla ni dios.
Para compensar, se puede leer (y ver) El anillo de piedra, la tesis doctoral del escultor, éste sí, Rufino Mesa.

(En la fotografía, Ojos del poeta ausente, obra reciente de Rufino Mesa)