14.5.06

Manifiesto palmario


En la mesa redonda que sirvió de colofón al Congreso celebrado en Cáceres a finales del pasado mes de abril para conmemorar el veinte aniversario del fallecimiento de Juan Manuel Rozas, volvió a la actualidad un texto curioso e imprescindible de nuestra historiografía literaria que está en el origen mismo de la renovación y puesta al día de la poesía escrita en Extremadura o por extremeños.
Antes de entrar en detalles, conviene situarlo en su contexto: el II Congreso de Escritores Extremeños que tuvo lugar en Badajoz en abril de 1982 donde presentó el aludido Rozas su famosa “Ponencia consultada de la joven poesía extremeña”, verdadera carta de naturaleza de la citada transformación. Allí se vieron las caras, nunca mejor dicho, dos maneras muy distintas de entender el hecho cultural y las tensiones, por eso, se hicieron evidentes.
Aquellos eran, sin duda, otros tiempos. Con la democracia recién estrenada, entre el intento de golpe de Estado de Tejero y las primeras elecciones generales ganadas por el PSOE de Felipe González, en los prolegómenos de la nueva España de las Autonomías (la nuestra entre ellas, cuyo Estatuto es del 83), los jóvenes de entonces vivíamos casi todo con una pasión inusitada. No era para menos. Más si éstos estaban seducidos por la cultura como era el caso de los reunidos en la ciudad fronteriza en torno, entre otros, al admirado catedrático de
la Universidad de Extremadura. Una cultura, no se olvide, bajo mínimos, la que heredamos de una dictadura que prohibió a los ciudadanos ejercer su derecho a la libertad de expresión, razón de ser de cualquier testimonio artístico que merezca tal nombre.
Veo como si fuera ahora a Felipe Núñez, nuestro airado y genial poeta, enfurecido por las lindezas que a modo de patéticas puyas lanzaban desde la tribuna los gerifaltes de la vieja guardia, redactando con un rotulador rojo el “Manifiesto palmario, horrible, pero necesario, contra el arte rupestre del siglo XX en el oeste de España”.
Como es tan corto, copio los cinco puntos de que constaba: “
1) El artista, o así, no está obligado a otro compromiso que el que contrae con su propia obra. 2) No está obligado a otro idioma que su propia lengua poderosa. 3) Es libre de "conectar" con la vida, recrearla u olvidarla. 4) Es libre de no asumir compromisos con coyunturas o así, socio-políticas, militares, numismáticas, etc. 5) Mientras las Instituciones y los Presuntos Prestigios estén en manos de quienes niegan las libertades antes expresadas, esta Tierra seguirá cubierta de oprobio.”
A continuación fue pasando de mano en mano hasta que un total de veintitrés presuntos escritores (y la novia de alguno de ellos) lo acabaron firmando. Ni son todos los que están ni están todos los que son, por recurrir a la gastada frase. Hay nombres ineludibles para comprender de forma cabal la literatura de estos últimos veinticinco años, la inmensa mayoría, y otros de los que, como es lógico, se puede prescindir.
Eso sí, a pesar de haberlo suscrito, y visto lo visto, algunos de los “abajo firmantes” han conservado una llamativa querencia por ese mundo cavernícola del que todos renegábamos en aquel tiempo. Una edad anterior, incluso, a la del maravilloso arte rupestre.
Al repasar punto por punto el Manifiesto, se me ocurren, a manera de balance, algunas conjeturas. Por ejemplo, que aunque el compromiso básico lo han establecido, como es natural, con su obra, la mayor parte de los escritores ha sabido hacerlo compatible con otra obligación moral: el desarrollo cultural de esta tierra, tan necesitada, ay, de esa batalla suplementaria. Que no ha habido mejor obligación que la de usar como “lengua poderosa” la materna, esto es, el español o castellano y no, como algunos nostálgicos soñaban, otras que ni siquiera existen. Que, en efecto, se ha elegido “conectar” o no con la vida, recrearla u olvidarla, si bien de esta generación quedarán muestras valiosas de un memorialismo hasta ahora poco valorado o desconocido, el mejor fruto de esa vinculación. Que ha habido libertad para elegir “compromisos con coyunturas o así socio-políticas” o de otro tipo y que se ha hecho con la debida independencia, sí, pero a sabiendas de que a la consecución de determinados fines sólo se llega de la mano de aquellos a quienes los ciudadanos eligen libremente como sus legítimos representantes. Que, por suerte, las Instituciones y los Prestigios que importan hace tiempo que dejaron de estar en manos de quienes niegan las libertades. Ya no estamos, sin duda, cubiertos de oprobio. Al contrario. Con todo, conviene recordarlo, siquiera sea para contrarrestar reincidentes discursos tan antediluvianos.
Fue una alegría recordar los viejos tiempos al lado de Luciano Feria, los hermanos José María y Miguel Ángel Lama, José Luis Bernal, Luis Sáez (un tierno adolescente en el 82), José Antonio Zambrano, Santiago Castelo, Ada Salas, Alonso Guerrero, Javier Pérez Walias, Diego Doncel y Agustín Villar. Una alegría tan palmaria como manifiesta.