13.12.05

Cafés

En su último libro publicado en España, La idea de Europa, tan sugerente como todos los suyos, de imprescindible lectura para aquellos que no tengan asumida su noble condición de europeos, George Steiner afirma: “Europa está compuesta de cafés” y, tras enumerar unos cuantos y relacionarlos con un puñado de grandes escritores y pensadores europeos y sus respectivas ciudades, añade: “Si trazamos el mapa de los cafés, tendremos uno de los indicadores esenciales de la «idea de Europa»”. Sí, “el café es el lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el flâneur y para el poeta o el metafísico con su cuaderno. Está abierto a todos, sin embargo es también un club, una masonería de reconocimiento político o artístico-literario y de presencia programática”. “Mientras haya cafés -concluye el autor de Errata- la «idea de Europa» tendrá contenido”.

Viene esta reflexión a cuento de un mínimo pero sustancial acontecimiento que ha tenido lugar en Plasencia. Me refiero a la inauguración del Gran Café. Mínimo porque al fin y al cabo no deja de ser un nuevo negocio hostelero que se abre en una ciudad con sobrada tradición en ese terreno. Sustancial porque, de darse las condiciones necesarias, sus salones proporcionarán esas ocasiones que, según Steiner, favorecen los veladores de los cafés. A lo mejor parte de nuestros males -y éstos, que conste, existen y están, ay, demasiado arraigados- derivan de la falta de conversaciones serenas, inteligentes y en voz baja alrededor de una mesa y de un café que, por cierto, no es lo mismo que las atropelladas y vocingleras charlas de barra de bar con un vaso de vino o de cerveza en la mano. De estas últimas andamos en este pueblo de ruteros harto sobrados. De ellas suelen salir las descalificaciones más denigrantes, los chistes más fáciles, los bulos más infames y, lo que es peor, las soluciones más estúpidas. Así nos ha ido y así nos va.

En cierta ocasión relacioné, probablemente sin mucho fundamento, nuestra decadencia socioeconómica (y cultural, claro) con la falta de cafés. Puede que ahora, la revitalización hostelera y, por ende, cafetera, sea una señal de nuestro definitivo despegue, ése que algunos ven, otros intuyen y los más ni atisban ni, por desgracia, imaginan. Sí, me temo que de sueños andamos escasos por estos lares.

Con todo, en la historia de esta ciudad no han faltado cafés. De su memoria a lo largo de los primeros dos tercios del siglo pasado di cuenta, siquiera en parte (uno no escribe documentadas novelas históricas), en Alguien que no existe. Necesitaba que mis personajes se sentaran por fatalidad y por costumbre en esos sitios y, por eso, de no haber existido me los habría inventado. ¿Por qué? Porque no concibo a la gente que lee, escribe o piensa fuera de esos lugares civilizados tan proclives a la generación de ideas. De buenas ideas. Y lo dice alguien que no hace vida social y que, en rigor, se considera un solitario. Da igual, hasta una persona a la que le guste la soledad, ama los cafés.

Cuando vuelvo a Plasencia desde Gijón o Salamanca si algo echo de menos son el Dindurra y el Novelty. No digamos cuando uno se acerca, pongo por caso, a Lisboa y entra en los muy pessoanos Martinho de Arcada y A Brasileira.

Ya que cito a Salamanca, bueno será reconocer una paradoja: ni nuestra supuesta idiosincrasia castellana nos ha permitido poseer algo tan castellano como las cafeterías.

Es verdad que puedo sentarme en una mesa del Español o del Santa Ana o del Torero (con su reproducción del madrileño Café Gijón al fondo), pero, si nos ponemos estupendos, ninguno fue planeado como café. Ni por su disposición ni por su ambiente.

Ahora que, como solemos repetir con Gil de Biedma, de casi todo empieza a hacer veinte años, a un paso del vigésimo aniversario de la muerte del profesor Juan Manuel Rozas, conviene recordar la apertura del Gran Café de Cáceres, un local inseparable de la mal llamada movida cacereña de aquellos años. Uno, nada noctámbulo, pasó allí buenos ratos en compañía de algunos de los protagonistas de aquel resurgimiento cultural, el mismo que ha llegado, fortalecido por el paso del tiempo y por las sucesivas incorporaciones que se han sumado a este intangible proyecto, hasta nuestros días. Por poner sólo una muestra, me gusta evocar allí, sentado al piano, al poeta Felipe Núñez, quien, con justicia, podríamos designar, al modo rockero, como líder natural de aquel grupo.

Por eso me alegra también especialmente la apertura en Plasencia de otra de sus sedes, y con el mismo nombre.

Como dice Vargas Llosa,“Europa es ante todo un café repleto de gente y palabras, donde se escribe poesía, conspira, filosofa y practica la civilizada tertulia”. Un café “inseparable de la grandes empresas culturales, artísticas y políticas de Occidente”.